No apto para mujeres (fragmento)P.D. James
No apto para mujeres (fragmento)

"Salieron juntas del recinto del cementerio. Al llegar a las puertas, se separaron. La señorita Goddard dio unos golpecitos a Cordelia en el hombro, con el torpe afecto que habría podido mostrar a un animal, y luego se encaminó despacio hacia el pueblo.
Mientras Cordelia seguía con su coche la curva de la carretera, apareció a la vista el paso a nivel. Acababa de pasar un tren y se estaban levantando las barreras. Tres vehículos habían quedado atrapados en el cruce y el último de la fila se puso en marcha enseguida, y aceleró para adelantar a los dos primeros automóviles mientras avanzaban lentamente dando sacudidas por encima de los raíles. Cordelia vio que era una furgoneta pequeña de color negro.
Más tarde, Cordelia recordaba poca cosa del viaje de regreso a la cabaña. Conducía de prisa, fijaba su atención en la carretera que tenía delante y trataba de dominar su creciente excitación concentrándose en el manejo de los pedales. Llevó el Mini muy cerca del seto delantero, sin preocuparse de si alguien podía verlo. La cabaña estaba y olía tal y como ella la había dejado. Casi había esperado encontrarla saqueada y desaparecido el libro de oraciones. Dando un suspiro de alivio, vio que el blanco lomo del libro aún estaba allí, entre las cubiertas más altas y más oscuras. Cordelia lo abrió. Apenas sabía lo que esperaba encontrar; quizás una dedicatoria, o un mensaje, críptico o llano, una carta doblada entre las hojas. Pero la única dedicatoria que halló posiblemente no guardaba la menor relación importante con el caso. Estaba escrita con una letra trémula, anticuada; la plumilla de acero había garabateado como una araña sus trazos sobre la página. «Para Evelyn Mary en el día de su confirmación, con el amor de su madrina, 5 de agosto de 1934».
Cordelia sacudió el libro. Ningún trozo de papel salió volando de sus hojas. Pasó las páginas rápidamente. Nada. Fue a sentarse en la cama, desconcertada. ¿Había sido absurdo imaginar que había algo importante en el legado del libro de oraciones? ¿Se había levantado Cordelia un prometedor edificio de conjeturas y misterio sobre los confusos recuerdos de una anciana, recuerdos de una acción perfectamente corriente y comprensible... de una madre devota y moribunda que dejaba en herencia a su hijo un libro de oraciones? Y aun suponiendo que no estuviese equivocada, ¿por qué había de encontrarse el mensaje todavía allí? Si Mark hubiese encontrado una nota de su madre, colocada entre las hojas, bien podía haberla destruido después de leerla. Y si él no la hubiese destruido, alguien más podría haberlo hecho. La nota, si había existido, en ese momento ya formaba probablemente parte del montón de ceniza blanca y restos carbonizados de la chimenea de la cabaña.
Hizo un esfuerzo para salir de su desaliento. Todavía había una línea de investigación que seguir; intentaría localizar al doctor Gladwin. Tras reflexionar un breve instante, puso en su bolso el libro de oraciones. Al mirar su reloj vio que era casi la una. Decidió comer un poco de queso y fruta en el jardín y luego dirigirse otra vez a Cambridge para visitar la biblioteca central y consultar la guía médica.
Aún no había transcurrido una hora cuando encontró la información que quería. Sólo había un doctor Gladwin en el registro que pudiera haber atendido a la señora Callender pues era un anciano de más de setenta años, veinte años antes. Era Emlyn Thomas Gladwin, que había hecho sus prácticas como médico en el hospital St. Thomas en 1904. Cordelia anotó la dirección en su agenda: 4 Pratts Way, carretera de Ixworth, Bury St. Edmunds. ¡La ciudad de Edmunds! La que, según Isabelle, ella y Mark habían visitado en su camino hacia el mar.
De modo que, después de todo, el día no se había perdido. Estaba siguiendo los pasos de Mark Callender. Impaciente por consultar un mapa, fue a la sección de atlas de la biblioteca. Eran las doce y cuarto. Si tomaba la carretera A45 directamente a través de Newmarket, podría estar en Bury St. Edmunds en una hora aproximadamente. Si invertía una hora en la visita al doctor y otra en el viaje de regreso, podría estar de nuevo en la cabaña antes de las cinco y media.
Conducía a través de la agradable campiña que rodeaba Newmarket, cuando advirtió que la furgoneta negra la estaba siguiendo. Se hallaba demasiado lejos para ver quién la conducía, pero pensó que era Lunn y que iba solo. Aceleró, tratando de mantener la distancia entre los dos vehículos, pero la furgoneta se aproximó un poco más. No había razón, naturalmente, para que Lunn no pudiera estar conduciendo hacia Newmarket por encargo de sir Ronald Callender pero el reflejo resultaba desconcertante. Cordelia decidió procurar que Lunn la perdiese de vista. La carretera por la que estaba viajando presentaba pocos recodos, y el paisaje no le era fami1iar. Decidió esperar hasta llegar a Newmarket, y entonces aprovecharía la primera ocasión que se le presentase.
La travesía principal de la ciudad era una maraña de tráfico y todas las bocacalles parecían estar bloqueadas. Cordelia no vio su oportunidad hasta que llegó al segundo semáforo. La furgoneta quedó atrapada en el cruce, a unos cincuenta metros detrás del Mini. Al aparecer la luz verde, Cordelia aceleró rápidamente y giró a la izquierda. Enfiló por la primera travesía a la izquierda, y luego torció a la derecha. Conducía por calles que no le eran familiares; luego, pasados unos cinco minutos, se detuvo en un cruce y esperó. La furgoneta negra no se veía. Aparentemente había conseguido escapar a la vista de Lunn. Esperó otros cinco minutos y entonces retrocedió despacio hacia la carretera principal y se unió al flujo del tráfico que se dirigía hacia el este. Media hora más tarde atravesó Bury St. Edmunds y fue bajando lentamente por la carretera de Ixwotth, buscando con los ojos Pratts Way. Lo encontró cincuenta metros más allá: era una calleja formada por una hilera de seis casitas de estuco. Detuvo el coche frente al número cuatro y se acordó de la obediente y dócil Isabelle, a la que se le había dicho que condujese un poco más allá y esperase dentro del coche. ¿Fue porque a Mark le pareció que el Renault blanco llamaba demasiado la atención? Incluso la llegada del Mini había suscitado interés. Había caras en las ventanas superiores y había aparecido misteriosamente un pequeño grupo de niños, arracimados junto a la puerta de una casa vecina y mirándola con grandes e inexpresivos ojos. "



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