Abominación Atlántica (fragmento)John Brunner
Abominación Atlántica (fragmento)

"No era tan terrible como había sido antes a bordo del helicóptero. Pero duraba más. Y no permitía el olvido. Aquella vez, razonó Peter cuando pudo dedicarse a sus propios pensamientos por unos segundos, había sido un golpe al azar para incapacitar a alguien que le molestaba. Pero en esta oportunidad era evidente la deliberación.
Era como una migraña porque ocurría en la cabeza; pero se parecía más al arrancamiento de la piel de un cuerpo ya torturado por una quemadura de salvaje intensidad. Trató de luchar, sabiendo que otros hacían lo mismo, pero sólo había una forma de obtener alivio: actuar como el monstruo quería.
Aparecieron luces en la costa oscura. Hombres y mujeres, tanto los que venían en el barco como los que estaban emboscados, caminaban trastabillando como ciegos y dando gritos agudos e inhumanos. Los más débiles dejaron de gritar primero y empezaron a ocuparse de las tareas que no disgustaban a su amo.
No era fácil descubrir qué era lo que él quería, porque no había instrucciones: simplemente un tormento continuado hasta que casualmente la víctima iniciaba la acción deseada. Entonces el tormento cedía y, como un niño con dolor de estómago que se inmoviliza horas en la posición que menos le duele, se abocaban frenéticamente a su tarea para evitar el retorno del sufrimiento.
Muchos murieron. Los artilleros que habían abierto fuego contra el monstruo apuntaron sus cañones los unos contra los otros hasta quedar sólo unos despojos sangrientos junto a los cañones destrozados. Y algunos atacantes cayeron entre el fuego cruzado. Pero la mayoría sobrevivió.
Odiándose, incapaz de soportar la agonía, deseando que una granada lo destrozara, Peter se encontró avanzando hacia el mar. Otro golpe del látigo mental y empezó a correr, junto con centenares, hacia el mar, para echarse a nadar hacia el bote salvavidas dañado.
Fríamente, desde su improvisado palanquín, la criatura gobernaba a sus súbditos. Que hubieran atentado contra su vida —y que hubieran estado tan cerca de tener éxito— lo enfurecía y lo alarmaba. Sus precauciones no habían sido suficientes. Habían descubierto dónde intentaba desembarcar, y lo habían estado esperando; y era intolerable que esos seres inferiores lo trataran así.
Pero ya aprenderían. Les mostraría su verdadera situación, les enseñaría que para él no eran otra cosa que herramientas útiles hasta que se rompen y se tiran.
Ya que habían dañado su bote, ¡que lo repararan! Descargó su violencia, y una gorda pasajera del transatlántico cerró con su cuerpo el astillado rumbo abierto en la proa, llorando por su dolor menos temible que el desagrado del amo. Y una vez sellada la vía de agua, urgió a los nadadores a arrastrar el bote hasta la costa. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com