La humillación (fragmento)Philip Roth
La humillación (fragmento)

"Jerry le había traído un sobre de papel manila que contenía un puñado de cartas dirigidas a él a través de la Agencia Oppenheim. Hubo una época en que cada quince días recibía una docena de cartas de admiradores. Ahora aquellas pocas eran todas las que le habían llegado a Jerry durante los últimos seis meses. Sentado en la sala de estar, fue rasgando ociosamente los sobres, leyendo las primeras líneas de cada carta, haciendo a continuación una bola con la hoja y arrojándola al suelo. Todas eran peticiones de fotos con autógrafo, todas menos una, que le cogió por sorpresa y que leyó en su totalidad.
«No sé si todavía me recuerda —empezaba la carta—. Fui una paciente de Hammerton. Cené con usted en varias ocasiones. Los dos recibíamos terapia artística. Tal vez no me recordará. Acabo de ver en televisión una película de medianoche y, para mi asombro, actuaba usted en ella. Interpretaba a un delincuente habitual. Me ha sorprendido mucho verle en la pantalla, sobre todo en un papel tan amenazante. ¡Qué diferente del hombre al que conocí! Recuerdo haberle contado mi historia. Recuerdo que me escuchó durante una comida tras otra. No podía dejar de hablar. Sufría mucho. Creía que mi vida había terminado. Quería que terminara. Puede que usted no lo sepa, pero entonces el hecho de que me escuchara como lo hizo contribuyó a que superase el bache. No es que haya sido fácil. No es que lo sea ahora. No es que vaya a serlo jamás. El monstruo con el que estaba casada le ha hecho un daño irreparable a mi familia. El desastre fue peor de lo que podía imaginar cuando estaba hospitalizada. Cosas terribles han estado sucediendo durante largo tiempo sin que yo supiera nada al respecto. Cosas trágicas que involucraban a mi hijita. Recuerdo haberle preguntado si le mataría por mí. Le dije que le pagaría. Pensé que, como era tan corpulento, podría hacerlo. Felizmente no me dijo que estaba loca cuando le hablé así, sino que siguió allí sentado, escuchando mi locura como si estuviera cuerda. Se lo agradezco. Pero hasta cierto punto nunca volveré a estar cuerda. No puedo estarlo, no podría estarlo, no debería estarlo. De una manera estúpida sentencié a muerte a la persona errónea.»
La carta continuaba, un solo párrafo escrito a mano que cubría aproximadamente tres hojas más y que firmaba «Sybil van Buren». El recordaba haber escuchado su historia... haber hecho acopio de su concentración y escuchado así a otra persona era lo más cercano a actuar que había realizado en largo tiempo, e incluso tal vez le hubiera ayudado a sí mismo a recuperarse. Sí, recordaba a la mujer y su historia y que ella le había pedido que matara a su marido, como si fuese un gángster en una película en vez de otro paciente en un hospital psiquiátrico que, por corpulento que fuese, era tan incapaz como ella de poner fin violentamente a su propio sufrimiento con un arma. En las películas la gente va por ahí matando sin cesar, pero el motivo de que hagan esas películas es que para el 99,9 por ciento del público es imposible hacerlo. Y si es tan difícil matar a otra persona, alguien de quien tienes todas las razones para querer destruirlo, imagina lo difícil que es matarte a ti mismo. "



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