Instrucciones a los sirvientes (fragmento)Jonathan Swift
Instrucciones a los sirvientes (fragmento)

"Boucher, el famoso tahúr, era otro de nuestra hermandad, y cuando tenía cincuenta mil libras apremió al duque de B*** a que le pagase un retraso del salario cuando estaba a su servicio; y podría dar muchos más ejemplos, en especial el de otro, cuyo hijo ocupaba uno de los puestos preeminentes en la corte, pero bastará darte el siguiente consejo: sé descarado e insolente con todo el mundo, sobre todo con el capellán, el ama de llaves y el rango superior de sirvientes en la casa de una persona de importancia, y no des importancia a una patada o un bastonazo de tanto en tanto, pues tu insolencia acabará dando sus frutos, y, por vestir una librea, seguramente acabarás luciendo un par de enseñas.
Cuando estés sirviendo detrás de una silla durante las comidas, menea el respaldo sin cesar, para que la persona que está delante de ti sepa que estás listo para atenderla.
Cuando lleves un paquete de platos de porcelana, si por casualidad se caen, desgracia que no es infrecuente, tu excusa debe ser que te has chocado con un perro en el vestíbulo; que la doncella ha abierto la puerta delante de ti por accidente; que había una escoba en la entrada y que has tropezado con ella; que se te ha enganchado la manga en el pomo o la cerradura de la puerta.
Cuando tu amo y tu señora estén departiendo en su alcoba, y albergues alguna sospecha de que lo que dicen te afecta a ti o a tus compañeros, escucha detrás de la puerta por el bien común de todos los sirvientes, y reúnelos a todos con el fin de acometer las medidas necesarias para impedir cualquier novedad que pueda resultar perniciosa a la comunidad.
No te vanaglories de la prosperidad. Has oído que la fortuna gira en una rueda; si tienes una buena posición, estás en la parte superior de la rueda. No olvides todas las veces en que te has visto despojado de tus ropas y en que te han echado a la calle; tu salario estaba comprometido y gastado de antemano en zapatos importados con tacones rojos, peluquines de segunda mano y volantes de encaje remendados, amén de en una deuda atroz con la tabernera y la bodega. El tabernero de al lado, que antes te invitaba a un sabroso trozo de morro de buey por las mañanas, te lo daba gratis, y sólo te cobraba la bebida, inmediatamente después de que te echaran vergonzosamente pidió a tu amo que le pagara con tu salario, del que no quedaba ni un cuarto de penique, y después te persiguió acompañado de alguaciles por todas esas oscuras bodegas. No olvides lo pronto que te viste envuelto en harapos, con la ropa raída y de mal en peor; que te viste obligado a pedir prestada una vieja librea para estar presentable mientras buscabas una ocupación, y a colarte en las casas de viejos conocidos para que te diesen subrepticiamente un bocado con que mantenerte en pie; no olvides cuando, en todos los aspectos, ocupabas el escalafón más bajo de la vida, que, como dice la vieja balada, es el de un criaducho expulsado. Insisto en que no lo olvides ahora, en tu floreciente estado. Paga religiosamente tus contribuciones a tus antiguos compañeros, los cadetes, solos en el ancho mundo; toma a uno de ellos como ayudante, para entregar los mensajes de tu señora cuando tú quieras ir a la taberna; escúrrele en secreto, de vez en cuando, una rebanada de pan y un trozo de carne fría —tu amo puede permitírselo—; y, si no se aloja ya en la casa, déjale dormir en el establo o en la cochera, o debajo de las escaleras traseras, y recomiéndalo a todos los caballeros que frecuentan tu casa como un excelente sirviente.
Envejecer desempeñando el oficio de lacayo es la mayor de las vergüenzas; por tanto, cuando veas que los años pasan sin posibilidades de un empleo en la corte, un puesto de mando en el ejército, un ascenso como administrador, un trabajo en la Hacienda (y estos dos últimos no puedes conseguirlos sin saber leer y escribir), o de escaparte con la sobrina o la hija de tu amo, te recomiendo directamente que te conviertas en salteador de caminos, que es el único puesto de honor que te queda. Ahí conocerás a muchos de tus antiguos camaradas, y vivirás una vida corta y feliz, de la que saldrás con todos los honores, para lo que te voy a dar ciertas instrucciones.
El último consejo que voy a brindarte se refiere a tu actitud cuando vayan a colgarte, cosa que, bien por robar a tu amo, por allanamiento de morada, por ser bandolero, o, en una pelea de borrachos, por matar al primer hombre con quien te encuentres, será probablemente tu destino, y se debe a uno de estos tres atributos: el amor al jolgorio, un talante generoso, o un ánimo demasiado vivaz. Tu buena actitud en este punto afectará a toda tu comunidad. En tu juicio, niega el hecho con solemnes imprecaciones; cien compañeros tuyos, si logran ser admitidos, asistirán al juicio y estarán dispuestos, cuando se les pregunte, a relatar tu buen carácter ante el tribunal. Que nada te empuje a confesar, excepto una promesa de perdón a cambio de descubrir a tus compinches. No obstante, supongo que todo esto será en vano, porque, si escapas ahora, correrás la misma suerte en algún otro momento. Que el mejor escritor de Newgate te redacte un discurso; algunas de tus amables criadas te llevarán una camisa de holanda y un bonito gorro coronado por un lazo negro o carmesí. Despídete alegremente de todos tus amigos de Newgate, sube con valor al carro, arrodíllate, alza la vista, lleva un libro en la mano aunque no sepas leer ni una palabra, niega el acto en la horca, besa y perdona al verdugo, y adiós. Te enterrarán con toda pompa, y lo pagarán tus compañeros; el cirujano no tocará una sola de tus extremidades, y tu fama perdurará hasta que un sucesor de igual fama ocupe tu lugar. "



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