Más allá del olvido (fragmento)Patrick Modiano
Más allá del olvido (fragmento)

"El final de una tarde soleada. Antes de llegar a la Porte de la Muette, me había sentado en el banco de una plaza. Aquel barrio me traía recuerdos de infancia. El autobús 63 que tomaba en Saint-Germain-des-Prés se detenía en la Porte de la Muette, y allí lo esperaba a las seis de la tarde, tras haber pasado la jornada en el Bois de Boulogne. Pero era inútil avanzar en mis recuerdos, pertenecían a una vida anterior que no estaba muy seguro de haber vivido.
Saqué de mi bolsillo la partida de nacimiento. Había nacido en el verano de 1945, y una tarde, a eso de las cinco, mi padre había ido a firmar el registro en el ayuntamiento. Veía claramente su firma en la fotocopia que me habían entregado, una firma ilegible. Luego mi padre había regresado a casa a pie, por las calles desiertas de aquel verano, y en el silencio se oían los timbres cristalinos de las bicicletas. Y era la misma estación en la que me hallaba hoy, el mismo final de la tarde soleada.
Había vuelto a guardar la partida de nacimiento en mi bolsillo. Me encontraba en medio de un sueño del que era preciso despertar. Los lazos que me unían al presente se hacían cada vez más delgados. Hubiera sido realmente lamentable acabar sobre aquel banco, en una especie de amnesia y de pérdida progresiva de la identidad, y no poder indicar a los transeúntes mi domicilio... Felizmente, conservaba en el bolsillo mi partida de nacimiento, como los perros que se pierden en París pero llevan en el collar la dirección y el número de teléfono de su dueño... Y procuraba explicarme el cambio que se estaba produciendo en mi vida. No veía a nadie desde hacía varias semanas. Aquellos a los que había llamado aún no habían regresado de sus vacaciones. Por otra parte, había cometido un error al elegir un hotel alejado del centro. A comienzos del verano pensaba pasar allí un tiempo y alquilar un pequeño apartamento o un estudio. Entonces me asaltó la duda: ¿verdaderamente deseaba quedarme en París? Mientras durara el verano tendría la impresión de ser solo un turista, pero a comienzos del otoño las calles, la gente y las cosas recobrarían su color cotidiano: gris. Y me preguntaba si aún tenía el valor de fundirme, otra vez, en ese color.
Llegaba sin duda al final de un período de mi vida. Aquel período había durado una quincena de años, y ahora atravesaba un tiempo muerto antes del cambio de piel. Trataba de remontarme quince años atrás. También en aquella época algo había llegado a su fin. Me separaba de mis padres. Mi padre me citaba en la parte trasera de los cafés, en el vestíbulo de algún hotel o en bares de estación, como si eligiera lugares de paso para deshacerse de mí y huir con sus secretos. Permanecíamos en silencio, uno frente al otro. De cuando en cuando, me lanzaba una mirada oblicua. Mi madre, por su parte, me hablaba en voz cada vez más alta, lo adivinaba por los movimientos bruscos de sus labios, ya que había entre nosotros un cristal que ahogaba su voz.
Y luego los quince años siguientes se disolvieron: apenas algunos rostros borrosos, algunos recuerdos vagos, algunas cenizas... No sentía tristeza alguna, sino, por el contrario, cierto alivio. Volvería a empezar desde cero. De esa sombría sucesión de días, los únicos que todavía destacaban eran aquellos en los que había conocido a Jacqueline y Van Bever. ¿Por qué ese episodio y no otro? Quizá porque había quedado inconcluso.
El banco que ocupaba había sido ganado por la sombra. Atravesé el césped y me senté al sol. Me sentía ligero. Ya no tenía que rendir cuentas a nadie, ya no había excusas ni mentiras que tramar. Iba a convertirme en otro, y la metamorfosis sería tan profunda que ninguno de aquellos a los que había conocido en el transcurso de esos quince años sería capaz de reconocerme. "



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