Los siameses (fragmento)Griselda Gambaro
Los siameses (fragmento)

"Lorenzo: (contento) ¡Excelente! ¡Qué mano! (como la silla se cae, la apoya contra la pared. Toma en seguida, unos diarios y un gran tarro de cola y pega los diarios sobre los vidrios. La luz se va cubriendo poco a poco. Lorenzo, desconcertado) No se ve nada... (Baja a tropezones de la escalera, consigue encender la luz eléctrica) De cualquier forma, odio la luz. Estoy bien solo... Me siento... ¡bien! Quizás soy un hombre sano y él me enferma. Pero si vuelve... (ríe) Tengo una idea, ¡Una magnífica idea! No es una luz como inteligencia, pero comprenderá. Más claro: agua. (Saca debajo de la cama una vieja y sucia valija de cartón. La abre sobre la cama. Con asco) ¡qué sucio! Como para prestarle algo. Huele a milanesas. (Busca por la pieza, levanta un colchón y saca debajo un par de medias que coloca en la valija. Sacude un zapato hasta que caen otras medias, muy polvorientas, atadas con un nudo, que también guarda en la valija. Hace lo mismo con una camiseta agujereada que saca de un cajón) ¿Qué más tiene? Un pantalón. Tiene dos pantalones, uno puesto. (Busca en los cajones) ¿Dónde estará? (Con una exclamación de alegría lo descubre en el suelo, debajo del cepillo de limpieza. Lo sacude) Está mojado. (Lo dobla, lo coloca dentro de la valija) Pondré la valija en el pasillo; si regresa, se dará cuenta de la intención. No quiero compromisos. Un tipo que tiene líos con la policía, no es bueno tenerlo cerca.
O pondré la valija en la puerta de calle. Si alguno se la lleva mala suerte. (Cierra la valija, la levanta con mucha fuerza, pero la valija no tiene peso y la fuerza le sobra. (Desconcertado) ¡No pesa nada...! Pondré los diarios. Verá que no tengo mala voluntad. Lo mío y lo tuyo. Aquí empieza la buena voluntad. Si lo tuyo no existe, mala suerte. Los diarios los compró Ignacio. Que se los lleve. (Llena la valija con los diarios viejos, los prensa con esfuerzo y la cierra. Alza la valija y la coloca en el suelo) Ahora sí, pesa. (Un silencio) ¡Me siento bien! (Aspira y espira profundamente) Dos colchones. Juntaré los dos colchones y... (Decidido) empezaré a mirar mujeres. (Sube en el banquito y abre la ventana. Se asoma con medio cuerpo afuera, saca un peine del bolsillo y se peina) Probaré con lo primero que venga. Gorda o flaca, vieja o joven. Para probar, no debo tener pretensiones. (Con una risita)¡Basta que no carezca de lo esencial! (Mira. Con asco) ¿Y ésta? ¿De dónde salió? ¡Qué seca! Está bien conformarse, ¡pero no tiene nada! (Se vuelve hacia el interior de la pieza, comentando) ¿Viste, Ignacio, qué? (Se para en seco, furioso.) Con dos colchones es más fácil, me arruinaba los programas. (Vuelve a mirar) ¿Y eso? ¡Es una vaca! Si la traigo, me asfixia. ¡Y toda pintarrajeada! ¡Qué asco! ¡La cara que tendrá al levantarse! ¡Mejor acostarse con un cuco! (Saca medio cuerpo afuera, ahora en dirección opuesta y grita) ¡Eh! ¿Cree que con las tetas se hace todo? ¡Gorda! (Ríe, pero se interrumpe bruscamente y cierra la ventana. (asustado) ¿Me habrá escuchado? (Baja del banco, va hacia la puerta de entrada y la cierra con llave) ¡Qué mala suerte! Estaba en la esquina, besar esa cara... Era un buey... (Ríe sin ganas) ¡Claro, la vaca con el buey! ¡Je, je!
Tengo tiempo. Hoy va a caer alguna en mis brazos. Paciencia. Ahora estoy solo. La casa es mía, los colchones son míos. Alquilaré esta pieza y viviré de rentas. Las mujeres son interesadas. (Abre una hendija de la ventana y espía. Se tranquiliza y abre del todo, acodándose sobre el marco) ¡Qué escasez de mujeres! ¿Dónde se habrán metido? Pero tengo todo el tiem... (Ve algo y enmudece) ¿Cómo es posible? (Trastornado) ¡No hay seguridad para nada, no se puede confiar en nadie! (Cierra apresuradamente la ventana. Da unos pasos por la pieza, refregándose las manos en una forma extraña, como si aplaudiera, muy nervioso. Ve la valija, la recoge) Pondré la valija en la calle, así comprenderá... Más claro: agua. (Abre con decisión. En el umbral está Ignacio, el mismo aspecto, sólo el aire un poco más apaleado. Lorenzo muda de color, balbuceando) Hola...
Ignacio: (Con voz ronca) ¿Te vas?
Lorenzo: (Balbucea) No... Te llevaba... la... la valija...
Ignacio: ¿Adónde?
Lorenzo: ¿Adónde?... Creí que todavía estabas... en la... (Una arcada) Me siento... mal... (Ante su sorpresa, Ignacio le pasa delante sin mirarlo, cruza la habitación y se acuesta en la cama. Lorenzo pasa también al interior, se sienta en una silla junto a la mesa. Un silencio. Mundano) ¿De qué quieres que te hable? (Un silencio. Pierde seguridad) Me siento... descom... puesto... (Comienza a temblar violentamente, es sincero, pero exagera. Un silencio. De repente) ¿Por qué tienes esa voz?
Ignacio: Estuve resfriado. Me quedé ronco.
Lorenzo: ¿Cómo estás?
Ignacio: MAL.
Lorenzo: (Asombrado) ¿Mal? ¿Por qué? (Con sospecha) No reconozco tu voz. ¿Eres Ignacio o mandaste a otro? Eres muy capaz. (Se alza sobre la silla y lo mira. Sociable) ¿Cómo te trataron?
Ignacio: Me pusieron el diente.
Lorenzo: ¿Sí? ¡Qué amables! Eran simpáticos. A mí me resultaron simpáticos, ¿Y a vos? Claro, tirarle piedras a un chico no produce buen efecto a nadie, menos a ellos que deben cuidar...
Ignacio: No fue por la piedra.
Lorenzo: (Más animado por la charla) ¿No? ¿Ah, por el robo de los cuatro millones? (Sonríe) ¿Lo creyeron? ¡Fue un chiste! Si estaban los formularios, el sello de correos, todo estaba encima de la mesa.
Ignacio: Tampoco fue por eso. Les caí... sospechoso. (Triste y herido) Lorenzo, ¿por qué me hiciste eso?
Lorenzo: (Excusándose como un niño) ¿Qué te hice? No te hice nada. Les caíste sospechoso. Es decir... no les caíste simpático. Igual te hubieran... (No quiero reír, pero se tienta) ¡Por eso! ¡Qué me cuentas! ¡El simpático resulté yo! ¡Qué alegría me da... resultar simpático! ¡Yo, el simpático! (Ríe desbocado mientras Ignacio lo mira. Se detiene poco a poco, desvía la vista consciente de la mirada de Ignacio, coloca los codos sobre la mesa y empieza a rascarse la cabeza. Un penoso silencio)
Ignacio: Lorenzo...
Lorenzo: (Solícito) Sí, sí, querido, a tus órdenes.
Ignacio: Algún día... te... te reviento.
Lorenzo: (Palidece, se lleva las manos hacia el costado) Ignacio... me siento mal. Te... te necesito.
Ignacio: ¡Ojalá revientes!
Lorenzo: (Apoya el rostro contra la mesa y comienza a llorar) No quise... hacerte mal... Sólo pensé... en la casa. Me gusta... esta casa. Me gusta... (Levanta la cabeza) la forma en que reís. Por eso te hago perradas, para que te rías lo menos posible.
Ignacio: ¿Qué ganas?
Lorenzo: No pierdo. Cada vez... que reís me quitas algo, lo que no es mío. ¿Y por qué? ¿Por qué yo me río así? (Sonríe con una mueca, ríe estertoroso) SONRIE ¡No me gusta! (Con desaliento) Deseo tu forma de reír... y... y no hay caso. No lo consigo, Ignacio... (Silencio de Ignacio) No quería que te lastimaran. Somos hermanos, nacimos juntos. Si te mueres, puedo
quedarme con todo, con las camas... y... y las sillas... y... pero no quiero que te mueras. ¡No quiero, no quería hacerte mal, Ignacio! (Llora) ¡Soy un cretino, un cretino! (Inacio se incorpora y lo mira. Lorenzo llora, pero menos sinceramente ahora, espía por el rabillo del ojo el efecto de su llanto, exagera levemente)
Ignacio: (Aplacado) Lorenzo, Lorenzo... (Lorenzo muestra una payasesca y triunfante sonrisa hacia un lado, luego se vuelve hacia Ignacio y le muestra el rostro apenado, arrepentido). "



El Poder de la Palabra
epdlp.com