Jac el payaso (fragmento)Hjalmar Bergman
Jac el payaso (fragmento)

"El joven judío se metió los puños en los bolsillos, alzó los hombros como si intentara trabajar a toda máquina, o para convencer a Benbé de que su discusión era realmente importante. Dijo:
Bien, Sr. Borck, vd. quiere saber de qué va todo esto. Pongamos que simplemente nosotros queremos que usted deje California. Ahora -preferiblemente esta tarde. Tome el primer barco que zarpa desde Nueva York a Europa. Me tomé la libertad de reservarle un pasaje en primera clase, en el Gripsholm. Ella se marcha en seis días. Al mismo tiempo reservé dos billetes en Santa Fe para Nueva York. Estoy seguro de que no tiene ningún inconveniente para despedirse de mí. En una palabra, ése es mi mensaje.
Benbé se expresó con calma en pocas palabras acerca del sufrimiento que supondría emprender un largo viaje en mi compañía y me rogó disponer de quince minutos para pensar acerca de ello.
Por supuesto, todo el día entero. Tienes derecho a pensar lo que quieras. Hay mucho tiempo para ello. El tren para Gripsholm no partirá hasta mañana por la noche. Puedes considerarnos sumamente desagradables, a mis jefes y a mí. Respecto a eso nada puedo hacer. Siempre y cuando comprenda que nuestra decisión es definitiva, Sr. Borck.
Controlando su temperamento, Benbé dijo pausadamente.
Nunca me consultaste sobre este particular.
Actualmente, Benbé encontró la proposición muy conveniente por varios motivos. Habiendo fracasado en los Estados Unidos, podía simplemente volver al hogar. Viajar en primera clase como un caballero era una oferta tentadora. No obstante era condenadamente insultante que algunos canallas ricos le empujasen de esa manera -sin siquiera molestarse en decirle por qué. Él quería una explicación, si tenía que prender fuego al edificio y buscar su ruina.
El secretario se acomodó en un amplio sillón aterciopelado. Sus ojos azul oscuro brillaban con impaciencia, como carbones bruñidos. Benbé rememoró el aviso de Negro: pica como una chinche. Este hombre sólo trae problemas, pensó Benbé, pero lo aplastaré entre la punta de mis dedos. Sus pensamientos se precipitaban en medio de una sonrisa triste, amarga.
Su digno tío, el Sr. Tracbac, se considera a sí mismo un esclavo del sindicato. De hecho, poseer esclavos supone sus propios problemas y riesgos. Realmente, es difícil decir estos días quién es el maestro y quién el esclavo. Se le llama democracia.
Benbé lo cortó de forma punzante. No quiero retrasar mi marcha innecesariamente. Pero debo saber por qué me previene de encontrarme con el Sr. Tracbac.
Simplemente porque no pensamos muy bien de ti. Careces de principios, subrayó el joven judío con despiadada honestidad.
¿Carezco de principios? ¿Dónde encaja eso aquí? balbuceó Benbé.
Ésa es la diferencia entre nosotros y los europeos, los europeos nacidos americanos le contó él. En Europa, siempre que dispongas de cierta experiencia y reúnas algunas habilidades, los principios y la moral no significan mucho. Aquí no es así. Los europeos se equivocan al pensar que somos un hatajo de despiadados. Los americanos valoramos por encima de todo los principios. Nosotros podríamos aplicar métodos que para vosotros serían demasiado cobardes, o perezosos o incluso estúpidos. Pero eso no significa que seamos más despiadados que vosotros. Actualmente, la crueldad tiene sus pros y sus contras. Consideramos admirable rechazar el arraigo de los viejos prejuicios y las modernas locuras. Si hay algo bueno y novedoso respecto a nosotros -y el cielo sabe que somos muchos- es la tendencia a valorar a la gente con principios. A la hora de pedir prestado dinero una persona necesita aquí buena reputación más que caras propiedades. La gente con un fondo discutible usualmente tiene dificultades para obtener préstamos. Nuestras relaciones comerciales, toda nuestra vida social, se basa en la mutua confianza. En eso consiste la novedad -si alguna vez ha habido algo nuevo bajo el sol. Desde luego puedes decir que es un producto de nuestra imaginación -un infantil engreimiento americano. Pero incluso aunque así fuera, mi buen señor europeo, sería preferible a vuestro senil y nauseabundo cinismo. "



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