Fuga sin fin (fragmento)Joseph Roth
Fuga sin fin (fragmento)

"Eran las diez de la noche.
En el andén había gente con paraguas y con la ropa mojada. Las lámparas de arco voltaico se balanceaban, difuminando sombras suaves sobre las piedras húmedas. Sobre las lámparas había muchos mosquitos dejándose acunar. Era imposible no advertir su presencia porque oscurecían considerablemente la luz, aunque sin llegar a ocultar que se trataba de lámparas de arco voltaico.
Todos se admiraban de la poca luz que daban las lámparas, las miraban y sacudían la cabeza ante la frescura de los insectos.
Tunda, con una pesada maleta en la mano, buscaba con los ojos alguna cara conocida.
Naturalmente, había ido Klara a buscarlo. Georg se había quedado en casa por varias razones. Sobre todo porque era sábado y había reunión en el club. En ese club se reunían los universitarios de la ciudad renana, los artistas, los periodistas y gente de otras profesiones que hubiesen obtenido el honoris causa en el doctorado. La ciudad tenía una universidad que repartía los honoris causa en los doctorados como billetes de entrada en el club, porque no podían invalidarse los estatutos según los cuales sólo se permitía el ingreso a esos académicos. Poco a poco la afluencia al club fue tan numerosa, y el número de doctorados honoríficos tan grande, que la universidad tuvo que establecer un numerus clausus para los candidatos que provenían de medios industriales, como ya había hecho varios años antes con los judíos extranjeros. El numerus clausus para los judíos extranjeros lo habían establecido los judíos nativos, que sostenían que sus antepasados habían ido deliberadamente con los romanos para asentarse en las orillas del Rhin, antes de las migraciones de los pueblos germánicos. Era casi como si los judíos quisieran afirmar que sus antepasados habían autorizado a los germanos a establecerse en el Rhin, por lo que los alemanes actuales, en agradecimiento, tenían la obligación de proteger a los judíos renanoromanos de los judíos polacos.
En ese club estaba aquel día Georg. En segundo lugar no fue a la estación porque, de ese modo, le hubiera quitado a Klara la antigua prioridad de manejar sola todas las cuestiones que, en otras familias, requieren normalmente una mano masculina.
Y en tercer lugar, Georg no fue porque le tenía un poco de miedo a su hermano, y porque un hermano tranquilo, y ya dentro de la habitación, y a ser posible ya en la cama, resultaba menos peligroso que uno que acaba de bajar del tren.
Klara llevaba una chaqueta de piel de cordero marrón que recordaba a las camisas de cuero que se ponían los caballeros medievales debajo de las armaduras. Daba la impresión de venir de lejos, de que había tenido que afrontar grandes peligros en bosques oscuros; hacía pensar en una guerra civil. Fue hacia Tunda con la cordialidad abierta y ruidosa de las personas buenas y tímidas. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com