El profesor (fragmento)Charlotte Bronté
El profesor (fragmento)

"Durante mi siguiente clase, hice un informe sobre los demás ejercicios, repartiendo reproches y elogios en porciones muy pequeñas, según tenía por costumbre, ya que de nada servía hacerles severos reproches, y las grandes alabanzas eran muy raras veces merecidas. No dije nada del ejercicio de mademoiselle Henri y, con los anteojos sobre la nariz, me esforcé en descifrar la expresión de su rostro y los sentimientos que le producía la omisión. Quería descubrir si tenía conciencia de su propio talento. «Si cree que ha hecho una redacción inteligente, ahora se sentirá mortificada», pensé. Grave, como siempre, casi sombrío, era su rostro. Como siempre clavaba la vista en el cahier abierto sobre el pupitre. Me pareció percibir cierta expectación en su actitud cuando concluí con un breve repaso del último ejercicio, y cuando, echándolo a un lado, me froté las manos y pedí que sacaran sus gramáticas, vi que su actitud y su semblante sufrían una leve alteración, como si renunciara a una débil perspectiva de emociones agradables. Esperaba que se hablara de algo en lo que ella tenía cierto interés; no se habló, de modo que la Expectación se hundió, encogida y apesadumbrada, pero la Atención llenó el vacío con presteza y arregló en un momento el fugaz derrumbamiento de las facciones. Aun así, noté, más que vi, durante el resto de la clase, que le había sido arrebatada una esperanza y que, si no se mostraba angustiada, era porque no quería.
A las cuatro, cuando sonó la campana y el aula se convirtió en un tumulto, en lugar de coger mi sombrero y abandonar el estrado, me quedé sentado un momento. Miré a Frances, que estaba guardando sus libros en la bolsa. Después de abrochar el botón, levantó la cabeza y, al encontrarse con mi mirada, hizo una reverencia serena y respetuosa, como deseándome buenas tardes, y se dio la vuelta para salir.
–Venga aquí –dije, levantando un dedo al mismo tiempo.
Ella vaciló, porque no había oído bien las palabras en medio del barullo que reinaba en ambas aulas; repetí el gesto, ella se acercó, pero se detuvo de nuevo a medio metro del estrado con expresión cohibida y aún vacilante, por si me había entendido mal.
–Suba –dije, hablando con decisión. Es la única forma de tratar con personas tímidas que se azoran con facilidad y, con un ligero ademán, conseguí que se colocara exactamente donde la quería tener, esto es, entre mi mesa y la ventana, donde estaba a cubierto del jaleo de la segunda aula, y donde nadie podía acercarse a hurtadillas por detrás para escucharla.
–Siéntese –le dije, poniéndole cerca un taburete y obligándola a sentarse en él. Sabía que lo que estaba haciendo se vería como algo muy extraño, pero no me importaba. Frances también lo sabía, y por su agitación y su manera de temblar, me temo que a ella sí le importaba, y mucho. Saqué del bolsillo el ejercicio enrollado.
–Esto es suyo, supongo –dije, hablándole en inglés, porque ahora estaba seguro de que ella sabía hablarlo.
–Sí –respondió claramente y, cuando desenrollé las hojas y las puse sobre la mesa ante sus ojos, con la mano sobre el ejercicio y un lápiz en esa mano, vi que se emocionaba, como si despertara. Se iluminó su depresión como una nube tras la que brilla el sol.
–Este devoir tiene numerosas faltas –dije–. Le costará unos cuantos años de esmerado estudio llegar a escribir en inglés con absoluta corrección. Atienda; le señalaré los principales errores –y procedí a repasar el ejercicio lentamente, señalando todos los errores y demostrando por qué lo eran, y cómo debían haberse escrito las palabras o las frases. En el curso de este proceso aleccionador, ella se fue tranquilizando. Al final, añadí–: En cuanto al contenido de su ejercicio, mademoiselle Henri, me ha sorprendido. Lo he leído con placer porque he visto en él pruebas de fantasía y buen gusto. La fantasía y el buen gusto no son los talentos más elevados del intelecto humano, pero en cualquier caso usted los posee, seguramente no en grado sobresaliente, pero sí mayor de lo que puede alardear la mayoría. Así pues, ánimo, cultive los dones que Dios y la Naturaleza le han otorgado, y cuando sufra por una crisis o se sienta agobiada por alguna injusticia, no dude en consolarse libremente con la conciencia de la fuerza y la singularidad de tales dones. "



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