Un hombre enamorado - Mi lucha 2 (fragmento)Karl Ove Knausgard
Un hombre enamorado - Mi lucha 2 (fragmento)

"Llegamos hasta el puente que lleva al islote en el que se encuentra el Palacio Real, y fuimos zigzagueando entre todos los turistas y los inmigrantes que estaban pescando. En los días siguientes pensé de tarde en tarde en esa historia que me había contado, poco a poco se independizó de ella para convertirse en un fenómeno en sí. Yo no la conocía, no sabía casi nada sobre ella, y como era sueca, tampoco podía descubrir nada por la manera en la que hablaba o vestía. Una foto en su colección de poesía, que no había leído desde aquel día en Biskops-Arnö, y que sólo había sacado una vez, cuando le quise enseñar su foto a Yngve, continuaba nítida en mi memoria, la de la narradora que se aferra a un hombre como una cría de chimpancé, y la ve en el espejo. No sabía por qué justamente esa imagen se me había quedado grabada. Cuando llegué a casa saqué otra vez el libro. Ballenas, tierra y animales grandes retumbando en torno a una narradora aguda y vulnerable.
¿Eso era ella?
Unos días más tarde fuimos al teatro. Linda, Geir y yo. El primer acto era malo, realmente pobre, y en el entreacto, sentados en una mesa de la terraza con vistas al puerto, Geir y Linda hablaban encendidos sobre lo malo que había sido, y por qué. Yo tenía una actitud más positiva, porque a pesar de que el acto me había parecido pequeño y pobre, tanto en la actuación como en las visiones que debía aportar, había una expectación de algo distinto, como si algo estuviera esperando a emerger. Quizá no en la actuación, quizá más en la combinación Bergman-Ibsen, de la que al fin y al cabo algo tendría que salir, ¿o no? O tal vez sólo fuera el esplendor de la sala lo que me llevó a creer que tendría que venir algo más. Y llegó algo más. Todo se elevó cada vez más alto, la intensidad aumentó, y dentro de ese marco tan estrecho que al final sólo abarcaba a madre e hijo, surgió una especie de infinito, algo salvaje y temerario, y en ello desaparecieron la acción y el espacio, quedando sólo la sensación, que era intensa, de que estabas mirando directamente al núcleo de la existencia humana, al mismísimo centro vital, y entonces te encontrabas en un lugar en el que ya no importaba lo que realmente sucedía. Todo eso que se llama estética y gusto se había eliminado. ¿No ardía al fondo del escenario un enorme sol rojo? ¿No se estaba revolcando Osvald desnudo por las tablas? Yo ya no estoy seguro de lo que vi, todos los detalles fueron absorbidos por el estado que despertaron, que era uno de presencia absoluta, a la vez ardiente y helada. Pero si no te habías permitido seguir el camino hasta dentro, todo lo que allí sucedía te habría parecido exagerado, o incluso banal o kitsch. Lo magistral se encontraba en el primer acto, en él se había preparado todo, y sólo una persona que había empleado toda una vida en crear, con una producción de más de cincuenta años en su haber, podía tener el suficiente ingenio, frialdad, valor, intuición y entendimiento para conseguir algo así. No se hubiera podido crear sólo con el pensamiento, habría sido imposible. Apenas nada que hubiera visto o leído había conseguido acercarse tanto a lo esencial como esa versión. Saliendo al vestíbulo entre la gran cantidad de público ninguno de los tres dijo nada, pero por la expresión distante de sus caras comprendí que también ellos se habían dejado llevar hasta dentro de ese lugar terrible, pero auténtico y por ello hermoso que Bergman había visto en Ibsen y conseguido configurar. Decidimos tomar una cerveza en KB, y mientras íbamos hacia allí, esa especie de trance desapareció y dejó paso a un estado de ánimo eufórico y alegre. La timidez que normalmente habría sentido estando cerca de una chica tan atractiva como ella, añadido a lo que había sucedido tres años atrás, brillaba de repente por su ausencia. Ella nos habló de aquella vez que sin querer había dado un codazo a un soporte de proyector durante uno de los ensayos con Bergman, y había recibido una buena dosis de su ira. Hablamos sobre la diferencia entre Espectros y Peer Gynt, que se encontraban en los dos extremos de una escala, la primera sólo superficie, la otra sólo profundidad, las dos igual de auténticas. Nos hizo su parodia de Max von Sydow de la muerte y comentó con Geir cada una de las películas de Bergman, pues durante varios años había asistido solo a todas las funciones, todas, de la Filmoteca, y en consecuencia había visto casi todo lo que merecía verse del cine clásico. Yo los escuchaba, feliz por todo. Feliz por haber visto la representación, feliz por haberme mudado a Estocolmo, feliz por estar allí con Linda y Geir.
Después de despedirnos, y mientras subía las cuestas hacia mi habitación en Mariaberget, me di cuenta de dos cosas.
La primera era que quería volver a verla cuanto antes.
La segunda que ya sabía adónde iría: hasta allí dentro, hasta allí dentro donde había mirado esa noche. Ninguna otra cosa sería lo suficientemente buena, ninguna otra cosa podría serlo. Me movería sólo hacia allí, hacia lo más esencial, hacia el núcleo más profundo de la existencia humana. Si tardaba cuarenta años, tardaría cuarenta años. Pero no debía perderlo nunca de vista, no olvidarlo nunca, era allí adonde tenía que ir. "



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