Ventajas de viajar en tren (fragmento)Antonio Orejudo
Ventajas de viajar en tren (fragmento)

"A la mañana siguiente —proseguía la carta de Amelia Urales de Úbeda—, mi hermano comprobó ciertos extremos de su declaración, y vio que era verdad. Él, que, según nos decía en sus cartas, había hablado con una cabeza recién decapitada; él, que había visto a una mujer comiéndose a su hijo, y hombres desinflados, a los que se les había ido la vida por el ano, que se habían muerto de diarrea mientras soltaban un hilo de agua infinito; él, que había visto tripas sujetas con cinta aislante; que había visto nacer un niño de una mujer muerta; que había visto rostros devorados por las hormigas; y a una rata comerse los ojos de una mujer inmóvil de pena, tuvo que sentarse en el suelo, porque no podía con su desconsuelo, y se echó a llorar. Elevó su informe, pero sus superiores se lo devolvieron por un defecto de forma. Insistió. Que se olvidara del asunto, le dijeron; pero él se negó. Entonces lo juzgaron por insumiso, lo ingresaron en un psiquiátrico y borraron todo vestigio de su paso por el Ejército. Cuando nos lo contó, mi madre y yo le creímos, pero mi padre, que de cosas del Ejército entendía más que nosotras, dijo que era mentira, y dio un puñetazo tan fuerte en la mesa, que la partió en dos. Toda la comida salió por los aires, y una croqueta le dio en la frente a mi hermano, que indignado cogió la puerta y se marchó por donde había venido. Desde entonces no hubo día que mi madre y yo no lo pasáramos llorando y afeándole la reacción a mi padre, quien, por su parte, se encerró en un mutismo absoluto y consagró su vida a mirar por la ventana o a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más. No hizo otra cosa el hombre hasta que la muerte se lo llevó una tarde, después de merendar, en plena actividad observadora. Mi madre y yo tratamos de ponernos en contacto con mi hermano dando aviso al servicio de socorro de Radio Nacional de España, pero no hubo manera de localizarlo; llegamos a pedirle perdón públicamente en un conocido programa de televisión, pero él no dio señales de vida. Resignada a no volverlo a ver nunca más, mi madre murió de pena a los pocos meses, sin que mi hermano apareciera.
Justa o injustamente, mi hermano ha cumplido su condena, pero ni siquiera ahora le permiten rehacer su vida, y los servicios secretos de inteligencia quieren aniquilarlo, darle muerte civil, y van por ahí diciendo que si está loco, y que si va por la vida convenciendo a la gente para que se tire al camión de la basura. No tengo más que decir. Suya atentamente Amelia Urales de Úbeda.
Le sorprenderá que me la sepa de memoria, ¿verdad? Es que la leí muchas veces y además he desarrollado una gran capacidad de retentiva. A lo que vamos: la carta sonaba rara, pero era difícil saber a ciencia cierta si aquella mujer mentía o decía la verdad. Lo que sí hice fue averiguar dónde vivía. Lo deduje de sus palabras: «Mi padre por su parte se encerró en un mutismo absoluto y se dedicó a sentarse en el patio frontal, a ver pasar la gente los días de toros, en los que nuestra calle se animaba un poco más, hasta que se murió». Llegué a la conclusión de que esta mujer vivía en una casita baja, con patio, en las inmediaciones de la plaza de toros de Las Ventas. Como no tenía nada mejor que hacer, en un plano de Madrid tracé una circunferencia con centro en Las Ventas y radio de un kilómetro, que abarcara todas las casitas de la zona con patio frontal, ubicadas en calles y callejuelas cuyo tráfico y afluencia de transeúntes pudieran verse afectados por la celebración de corridas. Es cierto que todo aquello podía ser un cuento, palabras, pero es que si nos ponemos así, no hacemos nada en la vida; siempre nos sucederá lo mismo; que lo único que tenemos son palabras. Por eso es tan difícil averiguar la verdad algunas veces. No es que yo sea un nihilista, nada de eso; me limito a constatar un hecho. Lo único que dejamos las personas cuando nos esfumamos es un puñado de palabras. Pero una cosa son las palabras y otra muy distinta la verdad. Algunas veces coinciden y otras no. Las palabras están ahí, las podemos leer y escuchar, aunque muchas veces tampoco sepamos qué significan exactamente; pero la verdad es muy difícil señalarla con el dedo. Lo cual, para mí, dicho sea de paso, tampoco es muy grave; al fin y al cabo nos pasamos la vida buscando personas que no existen, lugares y estados mentales imaginarios que nos han dicho que son reales, pero que jamás hemos experimentado por nosotros mismos. Fíjese, mucha gente se muda de ciudad y de pareja mil veces y a continuación otras mil, y en ninguno de esos cambios encuentra el estado literario de la felicidad, sino que topa siempre con su propia melancolía. Así es que, como comprenderá, no me asustaba pasarme dos o tres días buscando la casa inexistente de Amelia Urales de Úbeda. Pero el caso es que sí existía. Una tarde, perdida ya toda esperanza, como suele decirse, di con un viejo y descuidado chalet de inquietante aspecto, por cuyas paredes, húmedas y desconchadas, trepaban enjutas parras como nervios momificados. No sé por qué, pero al verlo supe que había llegado, que había encontrado la casa de los Urales. Tenía los postigos echados, parecía deshabitada y sobre todo parecía milagroso que hubiera sobrevivido entre los modernos bloques de pisos. Todavía está en pie, si quiere verla, en la calle Martínez Izquierdo, en el número veintiuno, creo, no me invento nada. Yo había pasado por allí en varias ocasiones y no había reparado jamás en ella; era como si hubiese aparecido de repente, por arte de magia. Abrí la cancela, que estaba comida por la herrumbre; atravesé el patio, que había sido conquistado por toda clase de hierbas silvestres, y llamé a la puerta. Tras un largo intervalo de tiempo, en el que estuve a punto de marcharme, pensando que no había nadie, me abrieron, y en el umbral apareció una mujer de mediana edad, más bien madura; pero muy atractiva. Se quedó pasmada cuando le dije quién era yo; no podía entender que me hubiera tomado la molestia de localizarla. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com