1966 | 23 años Lago de Satán, El She Beast, The D: Michael Reeves M: Ralph Ferraro |
1967 | 24 años Brujos, Los Sorcerers, The D: Michael Reeves M: Paul Ferris |
1968 | 25 años Inquisidor, El Witchfinder General D: Michael Reeves M: Paul Ferris |
Otros Films: Biografía: Director británico que, con solo tres películas dirigidas, La hermana de Satán (1966), Los brujos (1967) y The Witchfinder General (1968), en las postrimerías de la década de 1960, devino en director de culto, potenciado con su suicido con veinticinco años. No nos engañemos, la muerte suele ser el camino más rápido para que hablen bien de ti y, por lo general, el malditismo aumenta exponencialmente las supuestas bondades de cualquier obra o de cualquier artista. Michael Reeves no ha sido una excepción. El director de Sussex pasó en unos años del práctico anonimato a una relevancia que, sin ser totalmente injusta, excede la certeza de los méritos reales que refleja una magra filmografía compuesta por tan solo tres títulos completos. Propiciado por el éxito de la que sería, a la postre, su última película, su siguiente paso de la mano de una encantada AIP con The Oblong Box y en compañía de un Price que aprendió a estimarlo, nunca llegó a darse. Reeves se encontró de nuevo en una extraña encrucijada, proyectos personales que no fructificaron, conversaciones con la AIP que no llegaban a nada concreto, guiones y más guiones que se acumulaban pero en los cuales, o no encontraba aquello que quería decir, o terminaba por no encajar en ellos de algún modo, como en su abortado acercamiento al De Sade (De Sade, 1969) que terminaría por firmar Cy Endfield, aunque la terminó Corman y también participó en ella Gordon Hessler, y un nuevo pseudo-Poe que no quería hacer, pero el cual, paradójicamente, necesitaba desesperadamente tras The Witchfinder General. Porque el director estaba enfermo de no rodar, y aunque aquel material en absoluto respondía a su concepto del terror y veía en él un reguero de los lugares comunes que luchaba por superar, decidió aceptar y pelearse contra él, tratar de personalizarlo y hacerlo atractivo a su propia manera, como fuera. Desgraciadamente, quizás entonces Michael Reeves ya se había roto. Durante la fase de preparación, los excesos vitales y las turbulencias psicológicas de aquel joven talentoso de solo veinticinco años se cobraron la deuda y su mundo, como en Los hombres huecos de T.S. Elliot, termina “no con una explosión, sino con un gemido”. © Adrián Sánchez |