Un sábado con los amigos (fragmento)Andrea Camilleri
Un sábado con los amigos (fragmento)

"Anna querría quedarse eternamente en el sofá charlando con Gianni. No sabe ni las preguntas que le hace ni si tienen sentido, y no escucha sus respuestas.
Pero de esa forma consigue aislarse, no fijarse en los cambios realizados en esa habitación («qué gusto más horrendo tiene la zorra») y, sobre todo, que su mirada no se cruce con la de Andrea.
Además, le parece que este tiene el mismo problema y que finge estar totalmente abstraído en una discusión con Giulia.
O sea, que él también trata de mantenerse enrocado.
Lo que significa que es absolutamente preciso que no tengan ningún tipo de contacto.
Un contacto apenas perceptible, infinitesimal, provocaría sin duda un cortocircuito devastador.
—Pero ¿por qué adoptas una posición tan drástica? —pregunta Giulia, un poco alterada.
La obstinación de Andrea en defender la inocencia del acusado está hartándola bastante. Y, además, odia a todos los que emiten juicios basándose solo en lo que han oído.
—Si lees los periódicos o ves la tele…
—¿Estás de broma? —salta Giulia—. Pero ¿tú te dejas convencer por los periódicos?
A su regreso, Matteo teme que alguien pregunte por qué han tardado tanto. Pero parece que nadie ha advertido su más que prolongada ausencia.
Por lo demás, es bastante difícil que intuyan ya que Rena y él han iniciado una relación. Todavía es demasiado reciente. Pero, sin duda, antes o después habrá quien ponga en circulación algunos rumores. Entonces tendrá que cortar enseguida con Rena. Demasiado peligroso. Si una mínima alusión a su aventura llegara a oídos de Anna…
Ojalá las primeras sospechas surjan lo más tarde posible, que pueda disfrutar a fondo de Rena, hasta el inevitable rechazo por aburrimiento o saciedad.
Observa con alivio que al lado de Gianni en el sofá ya no está Anna, sino Fabio.
Anna ha salido a la terraza del ático.
La vista de la ciudad iluminada abajo es realmente fascinante. Pero ella permanece con la espalda apoyada en la pared exterior del salón. Cuando vivía allí, si estaba sola, no se atrevía a apoyarse en el antepecho que rodea la terraza; es demasiado bajo y ella tiene vértigo.
Mira alrededor. Ya no están las macetas con las plantas que ella cuidaba con amor y que florecían exuberantes y eran su orgullo («¡Qué buena mano tengo para las plantas!»). Han desaparecido; las ha tirado Rena, seguro. La terraza está desnuda, amargamente desierta.
La invade una rabia tan fuerte e incontrolable que se le saltan las lágrimas. La estrangularía de buena gana.
Mientras habla con Gianni, Fabio vuelve un poco la cabeza y le sonríe a Matteo.
Es una sonrisa aparentemente cómplice. Debe de haber imaginado a la perfección lo sucedido en el garaje. Se sabe que Fabio tuvo una aventura con Rena que duró más de un año, y por lo tanto conoce bastante bien sus usos y costumbres.
¿Debe preocuparse? Piensa que Fabio es el menos chismoso de todos y se tranquiliza un poco.
«Pero ¿dónde está Anna?», se pregunta.
Sólo puede estar en la terraza. Antes de salir, se sirve una copa y se dirige hacia la cristalera. Para llegar hasta allí, debe pasar forzosamente por delante del sofá donde están Fabio y Gianni.
Cuando los ha dejado unos pasos atrás, oye con claridad algunas palabras de una pregunta de Fabio a Gianni:
—¿…después de la muerte de Pasquale Vesuviano?
Da un respingo y se queda petrificado. Un poco de whisky, al caer del vaso, le moja la muñeca. El ruido de su propia sangre borboteante le impide oír la respuesta de Gianni.
Haciendo un esfuerzo, consigue dar los pocos pasos que lo separan de la cristalera y sale a la terraza.
Giulia está harta de Andrea. Empieza a notar un hormigueo en las manos. Mala señal. Ve entrar a la moldava con el postre helado.
—Voy a servirme un poco. ¿Quieres tú también?
—No —dice Andrea.
Pero se levanta y la acompaña. Giulia se pregunta qué puede hacer para librarse de él. Nota cómo se acerca peligrosamente uno de esos rarísimos momentos en que es incapaz de controlarse. Si sigue así, al final le tirará el helado a la cara a Andrea. ¿Dónde está Fabio? Lo ve hablando con Gianni. Pero no quiere molestarlo. Probablemente se ha decidido a preguntarle algo sobre el asunto de Pasquale Vesuviano, como ella misma le ha sugerido.
Anna se percata de que Matteo está alterado.
—¿Qué te pasa?
—No me toques los cojones —le espeta él, yendo a apoyarse en el antepecho.
Anna lo mira atónita. Matteo nunca ha sido tan grosero con ella. Debe de haberle pasado algo realmente desagradable. ¿Se habrá peleado con alguien? Vuelve a entrar en el salón.
Sin embargo, a simple vista todo parece sereno y sosegado; no hay ningún rastro de esa estela de nerviosismo que siempre deja en el aire una discusión acalorada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com