Distintas formas de ver el agua (fragmento)Julio Llamazares
Distintas formas de ver el agua (fragmento)

"No me extraña que mi madre se emocione cada vez que ve estas montañas, cuánto más hoy, que venimos a lo que venimos. Me pasa a mí, que las dejé de ver con dieciséis años, cuando nos trasladamos a vivir a Palencia...
Lo recuerdo como si fuera ahora. Recuerdo las despedidas de los vecinos que aún resistían en Ferreras esperando a que el cierre de la presa los echara, algo que se anunciaba para muy pronto (ya habían talado todos los árboles y se decía que iban a cortar la luz), y la partida desde la casa en aquel camión en el que íbamos toda la familia además de los animales y de nuestras pertenencias. Como los gitanos, decía mi madre cuando veía a otros vecinos del pueblo partir hacia su destino antes de que nosotros los secundáramos.
La víspera de nuestra marcha la recuerdo también con nitidez. Con todo ya recogido, preparado y apilado en el corral junto con las herramientas y algún apero de labranza (todos no podíamos llevarlos), la casa parecía un almacén en el que nuestras voces formaban eco. Dormimos todos en la cocina. Mis padres en un colchón en el suelo, con Virginia y Agustín entre los dos, y Toño y yo en el escaño. Antes habíamos cenado en casa de tía Balbina (¡qué pronto se moriría la pobre!) y después de cenar pasamos por las tres casas que aún permanecían abiertas a despedirnos de los que se quedaban. De todos modos, al día siguiente, por la mañana, todos estaban ante la nuestra para ayudarnos a cargar las cosas y para despedirnos cuando por fin nos fuimos. Era una escena que se repetía a menudo en aquellos días y cuya imagen me vuelve a veces en sueños llenándome de dolor, como les pasará, imagino, a los judíos que sobrevivieron a los campos de concentración nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que a nosotros nos esperaba al final del viaje, que duró prácticamente el día entero (las carreteras entonces no eran como las de ahora), no era un campo de concentración, pero se le parecía. Aquellos barracones de uralita que habían alzado para acogernos mientras se construían nuestras viviendas me parecieron, sin haberlos visto aún (el cine tardaría todavía en conocerlo y la televisión igual), pabellones de un campo de concentración más que lugares donde poder vivir dignamente. De la misma manera en que la imagen de mi padre cerrando con la llave nuestra casa de Ferreras y guardándola en el bolsillo cuando terminamos de cargarlo todo (como si no supiera que en poco tiempo el agua iba a sepultarla) me volvió a la memoria cuando leí que algunos judíos españoles, cuando tuvieron que irse al exilio, conservaron durante generaciones las llaves de sus casas en España por si algún día les permitían volver. "



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