Los conquistadores (fragmento)André Malraux
Los conquistadores (fragmento)

"Bajamos. Hombres con brazaletes, elegidos hace poco por Nicolaiev, traen del sótano fusiles que sus camaradas distribuyen desde los escalones de entrada a los parados, casi en filas; pero los culíes de actividades marítimas han vuelto a subir con cajas de cartuchos. Los
hombres armados se mezclan con les demás, que quieren pasar y conseguir cartuchos antes de haber obtenido un fusil... Garín grita en un chino muy malo; nadie le escucha. Se acerca entonces a la caja abierta y se sienta encima. La distribución cesa. El movimiento se detiene; de las últimas filas llegan preguntas... Vivamente hace retroceder a los hombres sin armas y situarse ante ellos a los hombres armados. Éstos, de tres en tres, reciben al pasar ante la caja sus municiones, con una desesperante lentitud... En el sótano, los culíes abren nuevas cajas a grandes golpes de formón y martillo... Y como hace un momento, un ruido militar de pasos llega hasta nosotros. No vemos nada a causa de la multitud.
Garín trepa a lo alto de los escalones y mira:
—¡Los cadetes!
Son, en efecto, los cadetes que trae Klein. Los culíes suben del sótano, jadeantes, con el hombro aplastado por el ancho bambú del que cuelgan nuevas cajas de cartuchos... Klein está ante nosotros.
—Dos cadetes para secundarte —le dice Garín—. Todos los hombres llegados y provistos de municiones a veinte metros por delante. Los hombres armados y sin municiones, a diez metros. Una caja y tres hombres entre ambos para la distribución.
Y cuando todo se ha realizado, sin gritos, en medio de una polvareda acre y densa, rayada por el sol:
—Ahora, primero los fusiles, las municiones tres metros más allá. Los cadetes en primera fila. Sitúa a los hombres de diez en diez. Un jefe por fila; militante, si lo hay; si no, el primero de la fila. Que cada cadete tome ciento cincuenta hombres y corra al muelle a pedir instrucciones al coronel.
Volvemos a subir, y otra vez lo primero que hacemos es mirar por la ventana: la calle está invadida; tanto al sol como a la sombra, oradores, encaramados sobre los hombros de sus compañeros, aúllan... Se oye el ruido lejano de las ametralladoras. Al fondo, un primer grupo armado se aleja a paso gimnástico, vigilado por un cadete.
Y la exasperación pasiva, la tensión de todos los nervios que no encuentran otro objeto que la espera, comienza. Esperar. Esperar. Bajo la ventana, las secciones se constituyen una a una y se van, con un ruido de pasos. Nos traen documentos relativos a Hong Kong. Garín los echa en un cajón. Se sigue oyendo el sonido de tela desgarrada de las ametralladoras y, de vez en cuando, ráfagas aisladas de disparos de fusil; pero
todo esto está lejos y se une casi en nuestro espíritu con las salvas de petardos que oíamos ayer. Los puentes continúan en nuestro poder. Por cinco veces las tropas de Tang han intentado pasar, pera no han logrado franquear las cabezas de puente sobre las que nuestras ametralladoras tiran con fuego cruzado. En cada ocasión, un cadete trae una nota: «Ataque puente número..., rechazado.» Y volvemos a esperar, Garín
recorriendo la pieza o cubriendo su secante de recargados y fantásticos dibujos, llenos de curvas; yo, mirando por la ventana la organización de las secciones, siempre igual. Han venido dos confidentes, tras franquear el río a nado: del otro lado del puente, se entregan al pillaje y al incendio.
Extendido por encima de la calle, un humo muy leve atenúa el brillo del cielo, extremadamente sereno. "



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