El examen (fragmento)Julio Cortázar
El examen (fragmento)

"El orador se alzó de nuevo en puntas de pie, y agitó los brazos como para espantar mosquitos. «Cuenta los segundos igual que un referí de box», pensó Juan. El orador abría y cerraba la boca, y los asistentes atendían expectantes, pero ya se alzaba el pedazo de lona suelto y empezaban a salir del santuario los del turno siguiente, de modo que el apretuja– miento en torno al escabel se hizo mayor y se oyeron rumores de protesta, acallados bruscamente por un terrible revoleo de brazos del orador. «Ahora sería el momento de encajarle una patada al banco y mandar a la mierda a este pedazo de bofe colorado», pensó Juan. Apartó a Stella para tener un claro, y se disponía a hacerse el empujado por los que seguían saliendo del santuario, cuando el orador soltó algo entre alarido y clamoreo, y se quedó rígido, con los ojos casi en blanco, las manos tendidas hacia adelante (mientras la cadena de oro se balanceaba en la barriga).
[...]
Las influencias, los prejuicios disfrazados de experiencia. Lo malo es que eran necesarios, lo malo es que eran buenos. Y lo bueno es que a la larga resultaron malos. Mira, no es fácil explicarlo, pero te puedo dar una idea. Tuve un par de amigos que me querían mucho, creo que por eso mismo no elogiaban casi nunca mis cosas y tendían a criticarlas con una sacrificada severidad. No podía esperar bocas abiertas ni en uno ni en otro. Me señalaban todas las patinadas de pluma, todo lo inútil; veían en mí como un deber a corregir. Eso me obligó, por lealtad y agradecimiento, a cerrar las canillas mayores y dejar el chorrito de agua. Ponía la copa debajo y cada tantos días –y noches y noches dándole vueltas, limando sacando moviendo puteando–, empezaba a formarse algo que podía quedar. Además las lecturas; fue la época en que leí por primera vez a Cocteau, tenía diecinueve años y voy y la emboco con Opium. Ahora te lo digo en francés, pero entonces no me daba corte, conseguí por poca plata la edición española. No te imaginas lo que fue aquello. De la litada, que había sido el primer tirón de lo absoluto, zas me hundo en Cocteau. Algo increíble, semanas de no peinarme, de hacerme llamar idiota por mi hermana y mi madre, meterme en los cafés durante horas para que el ambiente neutro favoreciera mi soledad. Cada frase de Jean, ese filo de vidrio entrándote por la nuca. Todo me parecía mierda líquida al lado de eso. Fíjate que no hacía dos años que yo leía a Elinor Glyn, pibe. Que Pierre Loti me había hecho llorar, me cago en su alma japonesa. Y de golpe me meto en ese libro que además es un resumen de toda una vida, pero de una vida allá, me entiendes, donde a los diecinueve años ya no eres el pelotudo porteño. Me meto de cabeza y me encuentro con los dibujos, porque además estaba eso, que descubrí la plástica en esos dibujos, la última ingenuidad, la más hermosa; ahora sé que no son para asombrarse tanto, pero esos bichos geométricos, esos marineros, esas locuras del opio, mira eran noches y noches de estarlos mirando y sufriendo, fumando mi pipa y mirándolos, estudiando y mirándolos, todo el tiempo cerca de ellos, una locura de crustáceo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com