Balzac (fragmento)Jaime Torres Bodet
Balzac (fragmento)

"Bajo esa «inmensa neblina gris» se desarrolla el último acto de la tragedia Vautrin. Aprehendido, vejado —y doliente por la muerte de Rubempré— el presidiario continúa rigiendo no sólo a los otros presos sino a varias familias del mejor mundo, a las cuales podría humillar si pusiera en circulación ciertas cartas reveladoras. Esas cartas, que son su fuerza, las tiene «Asia», la tía que custodiaba a la cortesana insuficientemente rehabilitada. Vautrin corresponde con «Asia», a hurto de los esbirros. Pero, en el fondo, el diablo está viejo ya. Y si no aspira sinceramente a la redención, sí desea regularizar sus hábitos de espionaje, «oficializar» su placer del tormento ajeno. Reserva, para entonces, su astucia máxima. A cambio de las cartas —que «Asia», por orden suya, entregará a un enviado del Procurador— Vautrin obtiene un puesto en la policía. Al reingresar en la sociedad, deja de interesar a Balzac evidentemente. Un Lucifer a sueldo no es Lucifer. No asistimos, por tanto, a «la última encarnación de Vautrin», como Balzac nos lo había anunciado, sino a su necesaria y fatal desaparición.
Me he extendido deliberadamente en la observación de este personaje porque me parece uno de los más expresivos de La comedia humana. Capaz de las peores infamias, no es, sin embargo, un carácter desprovisto de rigor y de autoridad. Destructor de todos los principios en que las sociedades se basan. «Vivir peligrosamente» hubiera podido ser el lema de su existencia.
¿Por qué le escogió Balzac para medir las vergüenzas, los miedos, las quiebras, los adulterios, las concesiones y las menudas o vastas hipocresías del mundo que lo rodeaba?… Acaso, porque había tenido ocasión de charlar con Francisco-Eugenio Vidocq el reputado falsario y célebre jefe de policía. Acaso porque nunca dejó Balzac de sentirse atraído por aquellas novelas «negras» —como El monje, de Lewis— que inspiraron sus primeros ensayos de juventud. Acaso porque, en lugar de recorrer como Victor Hugo, en compañía de Jean Valjean, las alcantarillas materiales de piedra y lodo, prefería él recorrer, junto con Vautrin, las alcantarillas morales e intelectuales —más pestilentes, a veces— de una organización social fundada sobre el dinero, por el dinero y para el dinero. Acaso, en fin, porque sus aficiones de novelista le inducían a contemplarlo todo con los ojos rápidos del detective. A este respecto, Baudelaire cuenta una anécdota interesante. Cierta vez, Balzac se detuvo frente a la tela de un buen pintor. El artista había representado, en aquella tela, un paisaje invernal: nieve, brumas, algunas chozas y, entre las chozas, una casita. De la chimenea de esa casita, en delgada cinta, salía una sospecha de humo. Balzac exclamó: «¡Qué hermoso! Pero ¿qué hacen los habitantes de esa cabaña? ¿En qué piensan? ¿Cuáles son sus pesares? ¿Fueron buenas sus cosechas? ¿Tienen deudas por pagar?».
Nadie tan parecido al buen policía como el buen novelista de presa. En tal sentido, el generoso y cordial Balzac tenía, a pesar de sus cualidades de hombre, ciertas oscuras similitudes con Vautrin. Una visión tan especial de la sociedad conduce, obliga —y en cierto modo condena— a un pesimismo excesivo y sin duda injusto. Injusto porque no todo, en ninguna urbe, es desagüe, fangal y alcantarillado. Por encima de los albañales más sucios, están las calles. Y las plazas, con sus monumentos de bronce y mármol. Y los palacios, con sus héroes en las columnas. Y las casas, con sus santas y santos de piedra en las hornacinas. Pero también de esas calles y de esas plazas y de esos monumentos y de esos santos —según veremos— habla Balzac.
Vautrin no es el único termómetro que utilice el autor para averiguar la temperatura del siglo XIX. Ya visitaremos, en el próximo capítulo, la galería de los ángeles de Balzac. Sin embargo, hasta en la contemplación de esos ángeles, convendrá no olvidar por completo el subsuelo de La comedia humana. En semejante subsuelo, reina Vautrin. Y, con Vautrin, el determinismo del novelista. Por fortuna, entre la bestia y el ángel, se encuentra el hombre. "



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