El doctor Fischer de Ginebra (fragmento)Graham Greene
El doctor Fischer de Ginebra (fragmento)

"El tiempo pasaba despacio en ausencia de Anna-Luise. Cansado de leer, con ayuda de una pieza de dos francos persuadí al camarero para que me reservase la mesa, y añadí la promesa de que pronto seríamos dos y tomaríamos un tentempié a la hora del almuerzo. Estaban llegando muchos coches, sus bacas cargadas de esquís, y al pie de los arrastres se había formado una larga cola. Un miembro del equipo de salvamento que el hotel mantiene siempre en servicio discreteaba con un amigo en la cola: «El último accidente lo tuvimos el lunes. Un muchacho que se rompió un tobillo. Con los colegios en vacaciones, ya se sabe.» Me dirigí a la pequeña tienda anexa al hotel, con ánimo de encontrar un periódico francés; pero sólo tenían el diario de Lausana, que había hojeado ya durante el desayuno. Sabiendo que en el restaurante sólo habría helado, compré un paquete de Toblerone destinado a nuestro postre. Luego di un paseo y me dediqué a observar a los esquiadores de la pista azul, la ladera baja reservada a los principiantes; Anna-Luise, me constaba, no resultaría visible allí en lo alto, entre los árboles de la pista roja. Era una esquiadora excelente; como ya he dicho, su madre la había llevado a la nieve e iniciado en este deporte cuando la niña contaba cuatro años. Se había levantado un viento glacial y regresé a mi mesa, donde leí, por cierto muy oportuno, el Seafarer de Ezra Pound:
Erizado de duros carámbanos, donde volaba el granizo, Nada oí salvo el áspero aguaje Y la ola gélida...
A continuación abrí al azar la antología y di con los 33 Momentos Felices, de Chin Shengt’an. Siempre he hallado una espantosa complacencia en la sabiduría oriental: «Cortar con un cuchillo afilado una sandía de brillante verde en la gran fuente escarlata de una tarde de verano. Ah, ¿no es eso felicidad?» Oh, sí, siempre y cuando sea uno un filósofo chino, acomodado, objeto de gran estima, en paz con el mundo y, sobre todo, seguro, a diferencia del filósofo cristiano, que medra en el peligro y en la duda. Por mucho que no participe yo de las creencias cristianas, prefiero a Pascal: «Es cosa sabida que el espectáculo de gatos o ratas, el crujido del carbón, etc., pueden desquiciar el juicio.» Comoquiera que sea —pensé—, no me gusta la sandía. Me divertí, sin embargo, en encontrar un trigésimo cuarto momento feliz, no menos complaciente que los de Chin Shengt’an. «Sentarse en un caldeado café suizo, la mirada puesta en las laderas blancas visibles desde el interior, sabiendo que el ser querido no tardará en aparecer, los carrillos colorados, las botas con nieve, luciendo un abrigado jersey con una lista roja. ¿No es eso felicidad? "



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