El cuerpo de Giulia-no (fragmento)Jorge Eduardo Eielson
El cuerpo de Giulia-no (fragmento)

"¿Cómo habrá hecho? Era un muchacho del campo. Hijo natural de un italiano y una chuncha. Nos conocimos apenas. Éramos adolescentes. Luego nos vimos en París, quince años después. No estudió casi nada Giuliano. Sólo la primaria. ¿Será verdad que una rica señora se enamoró perdidamente de él y que abandonó familia y relaciones y se lo trajo a Europa? ¿Que robó y chantajeó a un Ministro maricón? ¿Que después de un viaje a los Estados Unidos, en donde hizo lo mismo, regresó a Lima y abrió su primera fábrica de helados? Deben ser chismes. Tiene mérito, de todos modos. La metamorfosis era perfecta. Sus ojos verdes no eran ya sino alfileres. ¿Cómo sería vestido con tu Gran Traje de Seda, Dogaresa? ¿Y tú con su camisa blanca, su corbata negra, sus zapatos lustrados?
Estiré un brazo fuera de las sábanas, cogí un cigarrillo y lo encendí. De improviso todos mis pensamientos se detuvieron. Me vinieron unos deseos imperiosos de decir algo. Pero la frase que yo buscaba no estaba hecha de palabras. Ni tampoco de pensamiento. Era como una sed ardiente. Como un vacío entre el corazón y el estómago. Todos los poemas escritos durante mi adolescencia parecieron quemarse rápidamente dentro de mí y convertirse en humo. Una última llamarada en la que desaparecían para siempre las palabras, dejándome sumido en una luminosa y solitaria perfección. La dorada jaula terrestre acababa de abrirse ante mí. Me ofrecía algo que todavía no estaba en condiciones de aceptar.
Una pureza indescriptible hacía aparecer sagrados mis menores gestos. Superfluo mi propio pensamiento. Perecedera e inútil la más espléndida belleza. El universo entero no era nada comparado con mi propio cigarrillo, con su ceniza grisácea en el cenicero de loza blanca sobre mi silla de paja apoyada sobre el piso de madera crujiente en ese cuarto de pensión de la Via della Croce en la ciudad de Roma Italia república democrática europea del planeta Tierra séptimo de un sistema solar situado en la periferia de la Vía Láctea constelación a espiral del mundo conocido.
Toda mi vida pasada y futura se arremolinaba allí ahora. Las cortinas abiertas me invitaban a volar. Dos alas inmensas rebalsaban de la cama. Me pesaban a la espalda. Suntuosas alas de plumas áureas, tornasoladas, bermellón, naranja. Cualquier vuelo sería posible con ellas. Cualquier misterio se aclararía al instante. Un chiwaco negro me esperaba en la ventana, me indicaba la ruta. Discos y mariposas gigantes de oro antiquísimo me acompañarían sobre los Andes hasta el Ombligo del Mundo. Sobre el Himalaya, hasta la Montaña de la Beatitud Celeste. Lejos, las deflagraciones atómicas. Las incesantes cascadas de sangre. Las maravillas del arte. Los prodigios de la industria y la tecnología. La partenogénesis. La física matemática. La cibernética. El control del tiempo y de la gravedad. La victoria sobre la muerte. Lejos, lejos todo. Mi sed había aumentado y sólo atiné a refrescarme los labios con un vaso de agua que encontré a mi alcance. Las grandes alas brillantes me servían ahora para nadar. Se habían vuelto invisibles en la inmensidad de un vaso de agua. En mi rudimentaria estructura molecular la luz vibraba ahora triunfante como en un templo de vidrio.
Pero ser una sola cosa con la luz no era nada todavía. Poseer la sustancia del ángel, ser el Alfa y el Omega, ser inmenso como el sol y diminuto como el átomo, no era nada todavía. La infinitud de mi medida devoraba números y números y números, pero no incluía nada. Era el vacío total. La creación entera se había transformado en cifras. Una gigantesca muralla que mis alas no podían superar. En la trayectoria de una estrella, en el vuelo de los ángeles como en la música de Mozart ¿no había sino cifras? Las pirámides de Egipto reposaban cómodamente en la palma de mi mano. La velocidad de la luz era una vela encendida a cuestas de una tortuga. Cifras solamente. La eternidad misma era una cifra cualquiera. "



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