De aquí a la eternidad (fragmento)James Jones
De aquí a la eternidad (fragmento)

"Escuchó el ruido de la lluvia, y los rodantes truenos, que sonaban huecos como si estallasen en una barrica para el agua llovida, y compartió la excitación y la sensación de comodidad de los zumbadores insectos que habían buscado refugio en la galería, y de tanto en tanto ahuyentaba desapegadamente, a manotazos, a los mosquitos, produciendo un seco chasquido en el ronroneante silencio diluvioso. La galería le protegía de todo, menos de los salpicones de las gotas que caían en el suelo, y la rociadura lo tocaba con un agradable frescor.
Y se sentía seguro, porque en alguna parte, más allá del muro de agua, la humanidad existía aún y preparaba la cena.
Violet lo llamó, y entró, sintiendo que el ejército y los extraños ojos salvajes de Warden estaban muy lejos, que el lunes por la mañana era un mal sueño, un antiquísimo recuerdo racial, tan frío como la luna y tan lejano, y se sentó ante el humeante plato de hortalizas extranjeras y trozos de cerdo, insípidos, y comió con deleite.
Cuando terminaron de comer, los ancianos apilaron sus platos en la pileta y se dirigieron silenciosamente, sin pronunciar una palabra, a la habitación del frente donde se encontraban sus charros altarcitos, en la que jamás se había invitado a Prew a entrar. No dijeron una sola palabra durante la comida, pero él había aprendido desde hacía mucho a no tratar de hablarles. Él y Violet se quedaron sentados en silencio en la cocina, bebiendo el aromático té, escuchando el viento que abofeteaba a la choza y la lluvia tamborileando ensordecedoramente con sus clavos en el techo de chapa de zinc acanalada. Luego, como Violet, apiló los platos en la vieja pila desconchada, sintiéndose completamente a sus anchas, y satisfecho. Lo único que le faltaba era una taza de café.
Cuando entraron en el dormitorio de ella, Violet, despreocupadamente, dejó la puerta abierta de par en par, aunque podían ver directamente la iluminada habitación delantera. El vio la parpadeante luz que se reflejaba en el dorado cuerpo de la joven, cuando se volvió sin ambages hacia él. La falta de preámbulos le proporcionó placer, una sensación de haber vivido juntos toda una vida, y de continuidad, que un soldado muy pocas veces experimentaba; pero el chillido de la puerta indiferentemente abierta le hizo temer que fuese visto, le avergonzó con su propio deseo.
Despertó una vez en mitad de la noche. La tormenta había desaparecido y la luna se mostraba luminosa por la ventana abierta. Violet estaba vuelta de espaldas a él, con la cabeza apoyada en el brazo doblado. Por la rigidez de su cuerpo se dio cuenta de que no dormía, y posó su mano sobre la cadera desnuda de ella y la volvió hacia sí. En la honda curva de su cintura, y en la juntura entrante de la rótula esférica de abajo, había una infinita artesanía de reloj de precisión, que le llenaba de respeto y provocaba en él una comprensión que se parecía a una purga y hacía nacer líquidas estrías doradas dentro de sus ojos.
Ella se volvió voluntariamente, insomne, y él se preguntó en qué habría estado pensando, acostada allí, despierta. Cuando se apretó contra ella, volvió a darse cuenta de que no conocía ni su rostro ni su nombre, de que ahí, en ese acto que pone a dos fantasías humanas tan cerca como pueden estar, tan cerca que una se mueve dentro de la otra, tampoco la conocían, ni ella a él, ni se podían tocar mutuamente. Para un hombre que vive su vida entre las chatas angulosidades velludas de otros hombres, todas las mujeres son redondas y blandas, y todas inescrutables y extrañas. El pensamiento pasó rápidamente.
Despertó por la mañana, de espaldas, destapado. La puerta estaba abierta aún, y Violet y la madre andaban por la cocina. Contuvo un impulso de cubrir su desnudez con las mantas, y se levantó y se puso los pantaloncitos, sintiéndose profundamente avergonzado, turbado por su existencia colgante que todas las mujeres odiaban. La anciana no le prestó atención cuando entró en la cocina.
Cuando terminó la limpieza de la mañana y los ancianos salieron silenciosamente, con pisadas acolchadas, a visitar a los vecinos, Prew volvió a meditar en toda la cuestión, y finalmente, cosa característica en él, habló de ello. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com