La búsqueda del absoluto (fragmento)Honoré de Balzac
La búsqueda del absoluto (fragmento)

"A la hora de realizar una obra de caridad, el anciano apelaba a los fieles de su iglesia para luego recurrir a su propia fortuna, y su autoridad patriarcal era tan reconocida, sus intenciones tan puras, su perspicacia fallaba tan raramente, que todo el mundo atendía a sus peticiones. Para formarse una idea del contraste que mediaba entre tío y sobrino, sería menester comparar al anciano con uno de esos sauces huecos que vegetan al borde de las aguas, y al joven con el escaramujo atestado de rosas cuyo tallo elegante y enhiesto arranca del fondo del árbol musgoso, como queriendo enderezarlo.
Severamente educado por su tío, que lo mantenía a su lado como una matrona mantiene a una virgen, Emmanuel estaba lleno de esa sensibilidad a flor de piel, de ese candor mezclado de ensueño, flores pasajeras de toda juventud, pero vivaces en las almas alimentadas con principios religiosos. El anciano sacerdote había refrenado la expresión de los sentimientos voluptuosos en su alumno, preparándolo para los sufrimientos de la vida mediante trabajos continuos y una disciplina casi claustral. Tal educación, que había de entregar a Emmanuel virgen al mundo, y hacerle feliz a poco que le favoreciese la fortuna en sus primeros afectos, le había revestido de una pureza angelical que confería a su persona ese encanto que envuelve a las jovencitas. Sus ojos tímidos, pero tras los que afloraba un talante firme y animoso, despedían una luz que vibraba en el alma como el sonido del cristal expande sus ondulaciones en el oído. Su rostro expresivo, aunque regular, llamaba la atención por la gran precisión de sus rasgos, por la afortunada línea del perfil y por la profunda serenidad que infunde la paz del corazón. Todo en él era armonioso. Su cabello negro, sus ojos y sus pestañas oscuras realzaban una tez blanca y de colores vivos. Su voz era la que se esperaba de tan hermoso rostro. Sus movimientos femeninos armonizaban con la melodía de su voz, con el dulce brillo de su mirada. Parecía ignorar la atracción que excitaban la reserva semimelancólica de su actitud, la contención de sus palabras y las respetuosas atenciones que prodigaba a su tío. Viéndolo estudiar el tortuoso andar del anciano sacerdote para acoplarse a sus dolorosos titubeos sin apremiarle, anticipándose a cuanto pudiera lastimarle los pies guiándole por el mejor camino, resultaba imposible no reconocer en Emmanuel los generosos sentimientos que convierten al hombre en una sublime criatura. Daba tal impresión de grandeza, amando a su tío sin juzgarlo, obedeciéndole sin discutir jamás sus órdenes, que todo el mundo creía ver una predestinación en el dulce nombre que le pusiera su madrina. Cuando, en su casa o en la de los demás, el anciano ejercía su despotismo de dominico, Emmanuel alzaba a veces la cabeza con tal nobleza, como para mostrar su fuerza si se hubiera tenido que enfrentar con otro hombre, que las personas de corazón se emocionaban, como se emocionan los artistas ante una obra de arte, porque los sentimientos elevados no causan menos impacto experimentados en vivo que a través de las realizaciones del arte. "



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