La jungla polaca (fragmento)Ryszard Kapuscinski
La jungla polaca (fragmento)

"Sus éxitos, que se repiten año tras año, le causan cierta incomodidad, se mueve torpemente en un ambiente de ovaciones y aclamaciones, el aplauso le provoca impaciencia, incluso suspicacia. «Siempre le admiran a uno cuando va ascendiendo. Cuando comienza la caída, los aplausos se apagan y todos los ojos miran a otro lado. Se produce el vacío».
Sin embargo, está demasiado absorto por su pasión como para analizar las leyes de las reacciones humanas. «Me ha ido muy bien en todo este tiempo. He ido progresando de año en año. ¿Que cuál es el estímulo? Tal vez no solo la perspectiva de batir un récord, sino también la curiosidad: ¿Cuánto más se puede llegar a hacer? ¿Qué más puede uno sacar de sí mismo? ¿Dónde está ese último límite al que se puede llegar? El viaje se vuelve cada vez más difícil, pero ¡cuán apasionante resulta vencerse a uno mismo! El que puede ser vence al que es. He aquí cómo es esta lucha».
No lleva ninguna estadística, más aún, no se acuerda con exactitud del día en que estableció el récord mundial. «Ni siquiera conozco todas mis marcas. Lo que ha pasado, lo que he hecho, ya no me interesa. Me interesa lo que hay ahora y todavía más, lo que habrá en lo sucesivo. Qué más se puede hacer. Ese resultado que todavía no existe, pero que aún es posible alcanzar. Eso es lo importante».
El hombre enzarzado en la lucha contra la materia, batiéndose en duelo consigo mismo: ¿todavía queda sitio y tiempo para algo más? Los largos años de solitarios entrenamientos, la participación en un sinnúmero de competiciones y su propia obstinación han forjado en él un instinto de lucha. De natural es un hombre lento, incluso da la impresión de un poco dormido, se mueve y habla despacio, sin acalorarse. No frecuenta los cafés, no toma la palabra en las reuniones: la compañía de la gente le turba. Pero ¡que le pongan por delante un estadio! En cuanto se coloca en el fondo de ese bullicioso e incandescente platillo, se anima en un santiamén y vuelve a renacer en él el hombre apasionado. Sus adversarios no lo ponen nervioso, ni tampoco las marcas que alcanzan. No le importan en absoluto porque lo único que le preocupa es su propia marca. Así que, concentrado, piensa tan solo en lo que debe hacer y en el aún invisible límite al que se puede llegar. «Dicen de mí que soy muy tranquilo, pero la verdad es que al día siguiente de cualquier competición todo me sale al revés, ando como un zombi, no me encuentro bien en ningún sitio».
La carrera no lo ciega: «Hay que resignarse al hecho de que uno empezará a lanzar cada vez peor». No sabe lo que es ser presa del pánico. Consciente del límite que ya no se podrá cruzar, seguirá haciendo lo de siempre: colocarse en medio del círculo, tomar impulso y, con toda la fuerza, lanzar el disco imprimiéndole un vuelo rápido y plano.
Pero no puedo dejar de pensar en el aficionado del jersey. En él y en hombres de su misma edad a los que encuentro en todas partes. En cómo, apostados por las esquinas, buscan gresca con sus apagados ojos hasta que, furiosos por falta de voluntarios, arman jaleo ellos mismos. En cómo, sentados ante un vaso de té flojo y ya frío, mantienen, disgustados, un diálogo estéril. "



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