La posada de las dos brujas (fragmento)Joseph Conrad
La posada de las dos brujas (fragmento)

"Eran horribles. Había algo de grotesco en su decrepitud. Sus bocas desdentadas, sus narices ganchudas, la delgadez de la que se había movido y las mejillas fláccidas y amarillas de la otra (la que no se movía, la de la cabeza temblorosa) habrían sido risibles si la visión de su temible degradación física no hubiera resultado repulsiva, si la inexpresable miseria de la edad, la terrible persistencia de la vida que termina convirtiéndose en objeto de asco y de temor no hubiera encogido el corazón con espanto.
Para sobreponerse a esta impresión, Byrne comenzó a hablar, diciendo que era inglés y que estaba buscando a un compatriota suyo que debía haber pasado por allí. En cuanto empezó a hablar, la despedida de Tom vino a su memoria con asombrosa nitidez: los aldeanos silenciosos, el colérico gnomo, el tabernero tuerto, Bernardino. ¡Claro! Aquellos dos indefinibles espantos debían ser las tías de aquel hombre, las comadres del diablo.
Hubieran sido lo que hubieran sido, era imposible imaginar de qué podían ahora servirle al diablo unas criaturas tan débiles en el mundo de los vivos. ¿Cuál era Lucila y cuál era Herminia? Ahora eran dos cosas sin nombre. Un momento de tenso silencio siguió a las palabras de Byrne. La bruja del cucharón dejó de dar vueltas al guiso de la marmita y la temblona cabeza de la otra se detuvo el tiempo que dura un suspiro. En esa fracción infinitesimal de segundo, Byrne tuvo la sensación de estar cerca de lo que buscaba, de haber alcanzado el final de su camino, donde casi podía oír a Tom.
«Éstas le han visto», pensó convencido. Al fin había encontrado a alguien que le había visto. Estaba seguro de que negarían saber nada del inglés; pero, por el contrario, se apresuraron a contarle que había cenado y dormido por la noche en la casa. Empezaron a hablar al mismo tiempo, describiendo su aspecto y comportamiento. A pesar de su debilidad, parecían poseídas por cierta feroz excitación. La bruja encogida blandía su cucharón de madera, el monstruo hinchado se levantó de su taburete y chilló, balanceándose sobre sus pies, mientras que el temblequeo de su cabeza se convertía en una verdadera vibración. Byrne quedó desconcertado ante su nervioso comportamiento… ¡Sí! El grande y orgulloso inglés se había ido por la mañana después de haber comido un pedazo de pan y tomado un trago de vino. Y si el caballero deseaba seguir el mismo camino nada sería más fácil, por la mañana. "



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