Caballos en la niebla (fragmento)Raymond Carver
Caballos en la niebla (fragmento)

"Me gustaría poder decir que fue cuando la vi alejarse en el camión, digo, cuando recordé esa fo­tografía. Pero no fue así. Encontré la fotografía, junto con otras, unos días después del incidente de los caballos en la niebla, cuando pasaba revista a las cosas de mi mujer tratando de decidir lo que debía desechar y lo que debía conservar. Estaba haciendo las maletas. Me quedé mirándola unos instan­tes, y luego la tiré. Fui despiadado. No me impor­taba, me dije. ¿Por qué había de importarme?
Si algo sé —y algo sé—; si, por mínima que sea, alguna noción tengo de la naturaleza humana, sé que no podrá vivir sin mí. Volverá a mí. Pronto. Que vuelva pronto.
No, no sé absolutamente nada de nada. Nunca supe nada. Se ha ido para siempre. Para siempre. Lo presiento. Se ha ido y nunca volverá. Punto final. Nunca jamás. No volveré a verla nunca, a menos que nos crucemos un día en una calle.
Aún queda por resolver el asunto de la letra. Un enigma. Pero el asunto de la letra no es de capital importancia, por supuesto. ¿Cómo podría serlo des­pués de las secuelas de la carta? No de la carta en sí sino de su contenido, que no puedo olvidar. No, la carta tampoco tiene una importancia capital; en todo esto hay mucho más que la mera letra de quien la ha escrito. Este «mucho más» tiene que ver con cosas sutiles. Podría decirse, por ejemplo, que to­mar una esposa es dotarse de una historia. Y si ello es así, debo entender que yo estoy ahora fuera de la historia. Como los caballos y la niebla. O podría decirse que mi historia me ha dejado. O que he de seguir viviendo sin historia. O que la historia habrá de prescindir de mí en adelante, a menos que mi mujer escriba más cartas, o le cuente sus cosas a una amiga que lleve un diario. Entonces, años des­pués, alguien podrá volver sobre este tiempo, inter­pretarlo a partir de documentos escritos, de frag­mentos dispersos y largas peroratas, de silencios y veladas imputaciones. Y es entonces cuando germi­na en mí la idea de que la autobiografía es la his­toria de los pobres desdichados. Y de que estoy di­ciendo adiós a la historia. Adiós, amada mía. "



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