La mujer de treinta años (fragmento)Honoré de Balzac
La mujer de treinta años (fragmento)

"El reloj del castillo dio la media hora. En aquel momento cesó el murmullo de la muchedumbre, y el silencio se hizo tan profundo, que habríase oído la palabra de un niño. El anciano y su hija, que parecían no vivir más que por los ojos, percibieron entonces un ruido de espuelas y de espadas que resonó bajo el sonoro peristilo del castillo.
Un hombrecillo regordete, vistiendo uniforme verde, pantalón blanco, apareció de pronto conservando la cabeza cubierta con un sombrero de tres picos; la ancha banda de la Legión de Honor flotaba sobre su pecho y a su costado pendía una espada. El hombre fue divisado a la vez por todos los ojos, desde todos los puntos de la plaza. Inmediatamente los tambores batieron marcha, las dos orquestas comenzaron con una frase cuya expresión guerrera fue repetida en todos los instrumentos, desde la más suave flauta hasta el bombo. A este belicoso llamamiento, las almas se estremecieron, las banderas saludaron, los soldados presentaron armas con un movimiento unánime y regular que agitó los fusiles desde la primera fila hasta la última en el Carrousel. Voces de mando volaron a modo de ecos de fila en fila. Gritos de «¡Viva el emperador!» fueron proferidos por la multitud enardecida. En suma, todo se estremeció, todo se movió, todo se conmovió. Napoleón había montado a caballo. Este movimiento había conferido vida a aquellas masas silenciosas, había dado voz a los instrumentos, impulso a las águilas y a las banderas, emoción a todos los rostros. Los muros de las altas galerías de aquel viejo palacio parecían gritar también: «¡Viva el emperador!» No fue algo humano, fue una magia, un simulacro del poder divino, o aun mejor, una imagen fugitiva de aquel reino tan fugitivo. El hombre rodeado de tanto amor, entusiasmo, abnegación, votos, para el cual el sol había disipado las nubes del cielo, permaneció montado en su caballo, a tres pasos delante del pequeño escuadrón dorado que lo seguía, teniendo al gran mariscal a su izquierda y al mariscal de servicio a su derecha. En medio de tantas emociones suscitadas por él, ningún rasgo de sus facciones pareció conmoverse. "



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