Sobre los huesos de los muertos (fragmento)Olga Tokarczuk
Sobre los huesos de los muertos (fragmento)

"En aquella escuela era la única persona a la que yo le tenía miedo y su tono, chillón y lleno de reproches, me sacaba de quicio. Debo confesar que dar clases me dejaba agotada, mental y físicamente. Así que me arrastré como pude a hacer las compras y a la oficina de correos. Compré pan, papas y otras verduras en grandes cantidades. Me permití comprar también un queso cambozola que costaba una fortuna, para que al menos la comida me alegrara el día. A veces compro diversas revistas y periódicos, pero por lo general su lectura me produce una sensación de culpa: de no haber hecho algo, de haber olvidado algo, de no estar a la altura de las circunstancias, de quedarme atrás con respecto al resto de la humanidad en algún asunto importante. Con toda seguridad, los periódicos pueden tener razón. Pero si observamos a la gente en la calle, es probable que muchas de ellas tengan también el mismo problema y que no hayan hecho con su vida lo que debieron hacer.
Todavía no habían llegado a la ciudad los primeros y ligeros indicios de la primavera, seguramente se había entretenido algo más en las afueras, en los huertos comunitarios, en los valles de los arroyos, como hicieran en tiempos los ejércitos enemigos. El invierno había dejado en los adoquines muchísima arena, utilizada sobre las resbaladizas aceras, y que ahora, al sol, convertida en polvo, ensuciaba el calzado primaveral recién sacado de los armarios. Los arriates tenían un pobre aspecto. El césped estaba sucio, con excrementos de los perros. Por las calles deambulaban grises transeúntes con los ojos entrecerrados. Parecían aturdidos mientras se formaban frente a los cajeros automáticos para sacar veinte zlotys a fin de pagar la comida del día. Se apresuraban al comedor porque tenían turno para las 13:35, o iban al cementerio para cambiar las flores de plástico del invierno por verdaderos y primaverales junquillos.
Aquel ajetreo humano me conmovió profundamente. En ocasiones me asalta una inmensa sensación de ternura y creo que está relacionada con mis dolencias: por lo general sucede cuando mis defensas disminuyen. De pie, en la empinada plaza, se fue apoderando de mí un gran sentimiento de pertenencia a la comunidad que formaban aquellas personas. Todos eran hermanos y todas eran hermanas. ¡Éramos tan parecidos los unos a los otros! Tan frágiles y transitorios, tan expuestos a la destrucción. Andábamos confiados de un lado para otro bajo un cielo del que no nos cabía esperar nada bueno.
La primavera no es más que un corto intermedio: tras ella avanzan los poderosos ejércitos de la muerte; ya asedian las murallas de la ciudad. Vivimos rodeados por ellos. Si se mira de cerca todos y cada uno de los fragmentos que componen cada instante, uno termina por horrorizarse. En nuestros cuerpos avanza, imparable, la descomposición: pronto enfermaremos y moriremos. Nos dejarán nuestros seres queridos, su memoria se desvanecerá en el tumulto; no quedará nada. Sólo algo de ropa en el armario y alguien, que ya no reconocemos, en una fotografía. Nuestros más preciados recuerdos se esfumarán. Todo será tragado por la oscuridad y desaparecerá.
Sentada en una banca una chica embarazada leía el periódico, y pensé que la ignorancia podía ser una bendición. ¿Cómo sería posible saber todo esto y no abortar?
Entonces me volvieron a llorar los ojos, aquello era verdaderamente fastidioso. De un tiempo a la fecha no podía detener las lágrimas. Me dije que era tiempo de pedirle a Alí que encontrara un remedio. "



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