La amiga estupenda (fragmento)Elena Ferrante
La amiga estupenda (fragmento)

"Me hizo una serie de preguntas sobre las declinaciones, los verbos, la sintaxis. Contesté aterrorizada, en especial porque me dedicaba una atención que hasta ese momento no había manifestado por ninguno de nosotros. Después me entregó la hoja sin comentar nada más. Había sacado un nueve.
A partir de ese momento todo fue un crescendo. En el ejercicio de italiano me puso ocho, en historia no fallé una sola fecha, en geografía supe a la perfección superficies, poblaciones, riquezas del subsuelo, agricultura. Pero, sobre todo, en griego lo dejé boquiabierto. Gracias a lo aprendido con Lila, demostré una familiaridad con el alfabeto, una destreza en la lectura, una desenvoltura en la fonación que al final arrancaron al profesor una alabanza pública. Mi habilidad se impuso como un dogma al resto del cuerpo docente. Hasta el profesor de religión me llamó aparte, una mañana, y me preguntó si quería inscribirme en un curso gratuito de teología por correspondencia. Dije que sí. Al acercarnos a Navidad todos me llamaban Greco, algunos Elena. Gino empezó a demorarse en la salida, a esperarme para volver juntos al barrio. Y un día, por sorpresa, me preguntó otra vez si quería que nos hiciéramos novios, y yo, aunque fuera un chico rechoncho, lancé un suspiro de alivio: mejor eso que nada, y acepté.
Toda esa tensión apasionante tuvo una pausa durante las vacaciones navideñas. El barrio volvió a tragarme, dispuse de más tiempo, vi a Lila con más frecuencia. Había descubierto que yo estudiaba inglés y, naturalmente, se había agenciado una gramática. Ya conocía muchas palabras que pronunciaba de una forma muy aproximada, y, naturalmente, yo no le iba a la zaga. Pero ella me apremiaba diciéndome: cuando vuelvas al colegio, pregúntale al profesor cómo se pronuncia esto, cómo se pronuncia esto otro. Un día me llevó a la tienda, me enseñó una caja de metal repleta de papelitos, en cada uno había escrito de un lado una palabra y del otro el equivalente inglés: lápiz/pencil, entender/to understand, zapato/shoe. El maestro Ferraro era quien le había aconsejado que lo hiciera así, una magnífica forma de aprender vocabulario. Me leía la palabra y quería que le dijera el equivalente en inglés. Pero yo sabía poco o nada. Me di cuenta de que en todo parecía más adelantada que yo, como si fuera a un colegio secreto. Noté también una tensión en ella, las ganas de demostrarme que estaba a la altura de lo que yo estudiaba. Yo hubiera preferido hablar de otra cosa, pero me preguntó las declinaciones griegas, y no tardó en deducir que yo seguía con la primera, mientras que ella ya se había estudiado la tercera. Me preguntó también sobre La Eneida, le había apasionado. Se la había leído entera en unos días, mientras que yo, en el colegio, iba por la mitad del libro segundo. Me habló con todo detalle de Dido, figura de la que yo no sabía nada, ese nombre lo oí por primera vez no en el colegio sino cuando ella lo citó. Y una tarde, como quien no quiere la cosa, hizo una observación que me impresionó mucho. Dijo: «Sin amor, no solo se seca la vida de las personas, sino también la de las ciudades». No recuerdo exactamente cómo lo expresó, pero el concepto era ese, y yo lo asocié a nuestras calles sucias, a los jardincillos polvorientos, al campo estragado por los nuevos edificios, a la violencia en cada casa, en cada familia. Temí que volviera a hablarme del fascismo, el nazismo, el comunismo. No pude resistirme, quise que entendiera que a mí me estaban ocurriendo cosas bonitas, se lo conté todo de un tirón, primero, que me había hecho novia de Gino, y segundo, que a mi colegio iba Nino Sarratore, y estaba más buen mozo que en primaria. "



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