El molino y la sangre (fragmento)Elena Aldunate
El molino y la sangre (fragmento)

"Las horas pasan lentas, y las letras de libros y cuadernos transmiten Historia, Gramática, Música. La mano se cansa, la mente se disipa. Los ojos hacia adentro crean un mundo de bambalinas y ritmo. Sólo un año más, le ha prometido el padrino; sólo un año y termina con este maldito estudio, para ser admitida por tiempo completo en el Instituto de Extensión Musical. Para ser bailarina no es necesario memorizar fechas, ni sufrir nombres científicos, ni extenuarse en interminables laberintos matemáticos. Las tías están histéricas. Pero todo prejuicio es arrollado por su inmensa ansiedad que, como una enredadera, crece trepando a través de los días. ¡Bailarina! Vida rica y apasionada. Si las tías comprendieran al menos cómo es el día de una bailarina. Ese existir austero, monjil, sacrificado, que ellas imaginan dado al vicio y a la inmoralidad. Un claustro iluminado hasta que los ojos duelan. Una pieza pequeña donde sólo ella puede habitar, un esfuerzo constante entre frustraciones, soledad y sueños. Un escenario ensortijado, abierta boca que aullará al fracaso o a la fama. Leyenda de lentejuelas, de flores y de hielo. Culto mítico, arte primario, recuerdo-retorno a húmedos claros entre selvas jóvenes y recién estrenadas tempestades. Golpear sonoro y rítmico llamando a sanguinarios dioses rubios. Desatados movimientos que hacen huir en estampida a ciervos y zorros de húmedos ojos, y arrastrarse cautelosamente a rayadas fieras ante el recuerdo de la muerte en la punta de una lanza. El hambre, el fuego, la danza y la muerte: los cuatro jinetes de la Prehistoria.
Los ojos-girasoles del Molino me transmiten la carrera de la niña que, saliendo de clase, cruza los amplios patios recién regados entre un revoloteo de hábitos, admoniciones, tocas y rosarios. Corriendo va por la calle Bellavista, llega a la esquina, y corriendo alcanza la góndola que la llevará al centro. La acalorada carita se pierde en la curva, apenas visible tras los vidrios sucios del vehículo.
Mientras espero su regreso, me entretengo en mandarle un mensaje de palomas a mi viejo amante el Molino.
Llega la noche, y el cansancio apaga la mirada de mi niña. De espaldas en la cama con los ojos fijos en lo alto, ojos por los que penetro en su recuerdo de esa tarde. ¡Hay sorpresas!
Sibila llegó temprano a la Escuela. El maestro Zulich estaba en la sala del fondo con Pepita, que descifraba, tras sus azules anteojos en punta, la música de un nuevo ballet. Zulich, en malla negra, despeinados los cabellos rubios, marcaba el ritmo con manos y pies arqueados, inventando complicados pasos y gatunos saltos. Cerrada la mirada azul, un murmullo extranjero en la voz, repetía y repetía en tono menor. "



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