El Relicario (fragmento)Ernesto Mallo
El Relicario (fragmento)

"Los hombres de la corte festejan ruidosamente. Amacabeaz ignora que para ellos esas palabras son un insulto cargado de desprecio y pondera los objetos que al padre de Agawo gustaban tanto, pero para él es como si hubiera llegado nada más que con el cabello que tiene en la cabeza. Lo que quiere son armas y municiones para hacerle la guerra a los Ewé, de quienes obtendrá lo que Oncededos ha venido a buscar.
De vuelta en la Hechicera, se pone a hacer el recuento de los pertrechos de que dispone. En la tarea lo secunda Peers Legh, nombre falso que adoptó para escapar del alguacil de Liverpool quien lo buscaba para dar cuenta del robo de seis esclavos pertenecientes a la Royal African Company. Huyó de Albión y se hizo monje en un monasterio a orillas del Cantábrico. Nada más apropiado para vestir de respetabilidad a un fugitivo. Allí le castellanizaron el nombre convirtiéndolo en Pedro Lego. Pelirrojo, con el rostro cubierto de pecas, sus ojos son dos rajas en las que se agitan ambiciosas pupilas verdes. Sin labios, la boca es un tajo que cruza su piel lechosa de oreja a oreja. Oncededos lo sumó a su tripulación cuando la iglesia, siempre a la caza de feligreses, lo obligó a llevar un cura para cristianizar a los negros que trafica entre la Costa de los Esclavos y las Indias. Ha invertido cuanto tenía en esta expedición. Calcula que puede meter en sus bodegas al menos unos quinientos negros. Si se le mueren cien por el camino, que es lo habitual, hará negocio redondo. Los contrabandistas del Río de la Plata, que lo aguardan en el maizal de Conchas, pagan tres y hasta cuatro veces el precio de los esclavos que consumen las minas del Cerro Rico de Potosí.
Cuando le llevan las armas y las municiones, Agawo le ofrece a cambio ciento cincuenta hombres de su propia nación y cincuenta mujeres. Una cantidad notoriamente insuficiente para compensar los gastos en que el negrero ha incurrido. Sin embargo acepta. Decirle no a un rey Akan es una falta de respeto que tiene sus consecuencias. Le propone a Agawo que ponga cien guerreros bajo sus órdenes a fin de instruirlos en el uso de los arcabuces.
Una semana más tarde, Oncededos, Pedro y una partida de marineros acarreando una ofrenda de odres con vino, visitan a los Mina. Agrohene acepta el convite gustoso. En menos de una hora, la bebida instala la fiesta, cuatro hombres percuten sus djembés y las más jóvenes de la tribu divierten a los invitados con la danza más voluptuosa que se pueda imaginar. El baile de los negros continúa toda la noche hasta que caen rendidos. Al cuarto del alba están casi todos dormidos. A una señal de Oncededos, los cien guerreros Akan, más una docena de marineros de la Hechicera, guiados por Pedro Lego, salen del bosque y caen sobre ellos. Hay algún intento de resistencia, uno que otro consigue huir, pero el grueso de los Mina son hechos cautivos. Amacabeaz en persona procede a seleccionarlos. Separa a los más jóvenes y fuertes, los más aptos para soportar el cruce del océano y los más requeridos para el trabajo que les está destinado. Los elegidos terminan amarrados con sogas por el cuello formando un rosario de prisioneros. Sólo separa a una docena de mujeres para que los contrabandistas tengan algo que obsequiarle a sus esposas.
Los prisioneros saben que una vez que lleguen a São Jorge, ya no tendrán ninguna posibilidad de escapar. La única esperanza es que alguno de los fugitivos convoque fuerzas hermanas y vengan al rescate. Se rehúsan a caminar. Ni siquiera el silbido del látigo consigue que se pongan en marcha. Oncededos no es un hombre paciente. Si se demora corre peligro no sólo su cargamento, también su propia vida. Ordena a dos marineros que tomen a uno de los negros. Lo voltean sobre un tronco seco sosteniéndolo por las muñecas. Desenvaina su machete y lo descarga con toda su fuerza seccionándole un brazo. El aullido que suelta el pobre infeliz hace callar todos los sonidos de la selva. Mientras se desangra, los cautivos se ponen en marcha, convencidos de que el dios de la mala suerte cayó sobre ellos. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com