Años de formación (fragmento)Ricardo Piglia
Años de formación (fragmento)

"Recordé de pronto aquel cine amplio con un largo pasillo lateral que desembocaba en los baños, con los ruidos de la calle que se filtraban a pesar de los pesados cortinados de la entrada, las funciones de la tarde en las que yo veía, una tras otra, la serie de películas de Tarzán. Era el cine Brown y yo tenía entonces siete u ocho años y me enorgullecía el hecho de ir solo al cine.
Lo que mantengo de aquel tiempo tan lejano es la ilusión de que cada día valga por sí mismo y se justifique como si fuera el único. La niñez es un tiempo sin tiempo en el que sólo vale el instante de felicidad que uno busca repetir en medio de la serie inconcebible de obligaciones a las que se ve sometido un chico (la escuela en primer lugar, los ritmos cotidianos en la casa como unidad indiscutible). Formalmente no cambia nada cuando uno madura: se trata siempre de una combinación de momentos personales y de obligaciones impuestas.
Escribir la historia de Pavese, ligada a la vida de un pianista de cabaret que toca todas las noches tangos y milongas hasta que, sorpresivamente, una mañana se suicida.
Recién, en la esquina, en el momento de bajar las escaleras del subterráneo en la estación Medrano para ir al centro y perderme entre la gente, decidí regresar, sin querer, como quien ha olvidado algo y vuelve a buscarlo. Y ahora estoy aquí otra vez en el cuarto, contra la mesa, y puedo imaginar vagamente lo que habría pasado si efectivamente hubiera tomado el subte y me hubiera bajado en Callao y Corrientes.
Otra vez la sensación de estar bajo un estado letárgico, el mundo se opaca y se aleja de mí. Pierdo la noción del espacio (primera cuestión), lo que es lejano está cerca y lo que está cerca es peligroso y se vuelve casi íntimo (segunda cuestión), por ejemplo ahora la taza de café, que, casi en el mismo momento en que siento su proximidad, cae al suelo del bar y se rompe. A veces tengo que inventar una razón para justificar el estado hipnótico, por ejemplo, la tardanza mínima de Inés. La vi llegar, saludarme e ir hacia el teléfono público, de inmediato pensé –entre todas las alternativas posibles–: está llamando a alguien y se cita con él. De ese modo, aunque parezca raro, al encontrar una explicación a mi estado caótico, me tranquilizo. Luego Inés viene, se sienta conmigo, se ríe con la historia de la taza rota en el piso y me dice que habló por teléfono con Alicia para que vayamos juntos a cenar con ella. Por supuesto yo pienso que ésas son las coartadas que las chicas construyen con sus amigas. Convino antes con Alicia esa explicación y habló en realidad con un hombre. Alicia, por otro lado, es perfecta en este asunto dado que ella está casada con un músico pero mantiene una relación clandestina con un poeta surrealista de hace años. Desde luego no le revelo mis pensamientos a Inés para que no sospeche que me he dado cuenta de sus andanzas. "



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