Cecilia de Marsilly (fragmento)Alexandre Dumas
Cecilia de Marsilly (fragmento)

"La baronesa acababa de arrojar un nuevo golpe de sangre, tan considerable, que la doncella no se había atrevido a separarse de la enferma para ir a buscar a su hija; por otra parte, madame de Marsilly se había desmayado en sus brazos, y había tenido que llamar en su ayuda. Ese grito de alarma era el que había oído la joven.
La primera expresión del rostro de la baronesa cuando ésta volvió en sí fue una sonrisa. La crisis había sido tan fuerte, que había creído morir sin volver a ver a su hija; pero Dios permitió que volviese en sí y la viese.
Cecilia estaba de rodillas delante del lecho de su madre, una de cuyas manos tenía asida, orando y llorando a la vez; así permaneció, no obstante que la baronesa se había recobrado de su desmayo, pues ésta, con los ojos que acababa de abrir, levantados al cielo, y su otra mano colocada sobre la cabeza de la joven, recomendaba mentalmente a Dios aquella hermosa e inocente criatura, que se veía precisada a abandonar.
Aunque la baronesa recobró alguna tranquilidad, fue imposible determinar a Cecilia a que volviese a su cuarto; parecíale que si dejaba a su madre por un momento, sería ese momento el elegido por Dios para llamarla a sí. En efecto, veíase claramente que la baronesa no tenía más que el aliento, y que de un instante a otro ese aliento podía abandonarla.
Llegó el día. A los primeros resplandores que vio pasar la enferma a través de la ventana; no parecía sino que, temiendo que aquel sol fuese el último, no quería perder uno solo de sus rayos.
Afortunadamente era uno de esos hermosos días de otoño, que se asemejan a los bellos días de la primavera; un árbol elevaba sus ramas hasta la altura del techo, y estaba todavía cubierto de hojas verdes, medio amarillas y secas; a cada soplo de viento se desprendían algunas de esas hojas, y bajaban haciendo espirales. La baronesa las seguía melancólicamente con la vista, sonriendo cada vez que algunas de ellas iban a reunirse a la tierra, y pensando que muy pronto el soplo de la muerte se llevaría su alma como el viento las hojas. Cecilia, que vio los ojos de la baronesa fijos en aquel punto, siguió aquella dulce y melancólica mirada, y adivinó el pensamiento que absorbía la atención de su madre. Entonces quiso cerrar la ventana, pero la baronesa la detuvo. "



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