El intocable (fragmento)John Banville
El intocable (fragmento)

"Por ejemplo, me enseñaron a conducir un camión. Apenas sabía conducir un automóvil, y aquel enorme monstruo humeante, con su contundente morro y sus estremecedoras partes traseras, era tan obstinado y difícil de manejar como un caballo de tiro, pero qué emocionante era pisar el pedal del embrague y notar, al meter la temblorosa palanca del cambio de marchas, de más de medio metro de largo, cómo engranaban los dientes y la enorme máquina arrancaba como si su alma hubiese cobrado vida bajo mis manos. Estaba cautivado. Había también un coche para la plana mayor, que podíamos pedir prestado, de acuerdo con un estricto turno rotativo. Era un viejo Wolseley gris azulado, alto y estrecho, con salpicadero de nogal, volante de madera y botón del estrangulador de ébano, que siempre me olvidaba de oprimir, de modo que cada vez que quitaba el pie del acelerador el motor gemía como si sufriera, y el tubo de escape arrojaba chorros de humo azul oscuro; el suelo ante el asiento del conductor estaba tan gastado, que era poco más que una filigrana de herrumbre, y si, mientras conducía, miraba entre las rodillas, veía pasar la carretera por debajo apresuradamente, como la crecida de un río. El pobrecito tuvo un final triste. Una noche, cuando no le tocaba, un contable —hablaba polaco con soltura— birló las llaves del armario de pared del despacho del comandante de la base y se dirigió a Aldershot para ver a una chica de la que estaba enamorado, se emborrachó y, en el camino de vuelta, chocó contra un árbol y murió. Fue nuestra primera baja. Para mi vergüenza, confieso que lo lamenté más por el coche que por el contable.
En nuestro pequeño asentamiento teníamos escaso contacto con el mundo exterior. Una vez a la semana nos permitían telefonear a nuestras esposas o novias. Los sábados por la noche, nos decían, podíamos aventurarnos a ir a Aldershot, aunque bajo ningún concepto podíamos reunirnos ni menos aún dar muestras de que nos conocíamos si por casualidad coincidíamos en un pub o una sala de baile; el resultado era la invasión semanal de la ciudad por unos bebedores solitarios destinados a comer pavo, que añoraban la compañía de los camaradas a los que durante el resto de la semana trataban de evitar a toda costa. "



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