Ventanas (fragmento), de Infancia en Berlín hacia 1900Walter Benjamin
Ventanas (fragmento), de Infancia en Berlín hacia 1900

"Eran las centaureas azules cuyo menudo dibujo cubría el servido de impecable porcelana: una señal de paz, cuya bondad sólo concebía la mirada que está acostumbrada a aquella otra, guerrera, que tenía delante todos los demás días. Pienso en el dibujo de cebolla azul. ¡Cuántas veces le había suplicado auxilio en el transcurso de los desafíos y en las batallas decisivas que se desencadenaban en la misma mesa que ahora estaba delante de mí en todo su esplendor! Infinidad de veces había seguido las ramificaciones, hilos, flores y volutas, con mayor entrega que frente al cuadro más bonito. Jamás se ha tratado de granjearse más sinceramente una amistad que yo lo hacía con esta muestra de cebolla de color azul oscuro. Me hubiera gustado tenerla por aliada en la lucha desigual que tantas veces me amargaba el almuerzo. Pero jamás lo conseguí. Esta muestra era venal como un general de la China, la cual, al fin y al cabo, la había visto nacer. Mis solicitudes se desbarataron por los honores con los que mi madre la colmaba, por los desfiles a los que convocaba a la tropa, por las elegías que resonaban desde la cocina por cada miembro caído. Pues, indiferente y rastrera, la muestra de cebolla se resistió a mis miradas sin enviar la más pequeña de sus hojitas para cubrirme. El solemne espectáculo de esta mesa me liberaba del dibujo fatal, y sólo eso hubiera bastado para entusiasmarme. Pero cuanto más avanzaba la noche, más se cubría con un velo aquel brillo y encanto que me había prometido por la tarde. Y5 si mi madre, a pesar de haberse quedado en casa, entraba por un momento para darme las buenas noches, sentía doblemente cuál era el regalo que otros días me dejaba a esta hora sobre el cubrecamas: el conocimiento de las horas que le reservaba aún el día y el que yo me llevaba para dormirme, como la muñeca en tiempos pasados. Eran horas que le caían silenciosamente, sin saberlo, sobre los pliegues del cubrecama que me arreglaba, eran esas horas que me consolaban incluso en las noches en las que ella se disponía a salir, cuando me tocaban disfrazadas de las puntillas negras de su mantilla, que ya se había colocado. Me agradaba, y por eso no me gustaba dejarla marcharse, y cada momento que ganaba a la sombra de la mantilla y de la piedra amarilla, me hacía más feliz que los bombones fulminantes que, sin falta, tendría seguros por la mañana. Cuando mi padre la llamaba desde fuera, su partida me llenaba de orgullo, por dejarla ir a la fiesta de una forma tan radiante. Y en la cama, poco antes de dormirme comprendía, sin conocerlo, la verdad del dicho que afirma: cuanto más avanzada la noche, más brillantes los invitados. "


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