Las cuatro estaciones (fragmento)Ana Blandiana
Las cuatro estaciones (fragmento)

"Me desperté más cansada de lo que me había acostado, como si durante la noche mi cuerpo hubiera tenido que aguantar, él solo, el esfuerzo agotador del paso de una estación a otra. Me levanté con una tensión que tenía que haberme extrañado, si no se hubiera apoderado de mí, ya en el mismo momento de despertarme, el sentimiento de que algo iba a suceder, un acontecimiento difícil de concretar ante el que ni las prisas sobraban ni el entusiasmo estaba fuera de lugar. Acababa de salir de un invierno sombrío y posesivo que había exprimido las últimas fuerzas capaces de sostenerme dentro de sus fríos muros. A su término me encontraba aún viva, pero tan débil e indefensa que, al igual que una presa sumisa y fácil, sólo esperaba dejarme llevar por los sueños y por los fantasmas despiadados de la primavera.
De todas las estaciones, la primavera es la más difícil de soportar, pero no estoy segura de si esta dificultad deriva del hecho de que asistimos al nacimiento explosivo, doloroso y sensual de la naturaleza o, más bien, de que, como pobres habitantes de ciudad, estamos alejados de este acontecimiento crucial del universo por unos rígidos muros de aislamiento que nuestro cuerpo percibe como una barrera y nuestro espíritu como una opresión. Quiero decir que dudo de si sufrimos porque la ciudad nos separa de la primavera o porque no consigue protegernos de ella lo suficiente. De todos modos, con la llegada de la primavera, mi cuerpo busca con fervor, con afán masoquista o tan sólo liberador, los lugares en los que poder entregarse; y lo hace con una humildad tanto mayor cuanto más limitadas son sus fuerzas, hasta el punto de no poder ofrecer en el altar primaveral ávido de sacrificios más que una masa casi aletargada de una sustancia viva y delirante.
Lo primero que tenía que hacer era abandonar rápidamente mi casa, separada del suelo por siete pisos de piedra, vidrio y materiales plásticos, y salir a la calle, que, aunque revestida de asfalto, podía conducirme hacia un lugar donde la tierra estalla ante los ojos, donde la tierra se puede ver, oler y palpar. Porque la primavera no consiste tanto en un apaciguamiento de la atmósfera como en una revuelta, una insurrección anual de la tierra, y aunque os parezca extraño —si es que en realidad tenéis capacidad para percibir que algo es extraño o no—, voy al mercado para presenciar esta transfiguración y poder participar en ella. Los parques me atraen menos; son demasiado sofisticados, demasiado sometidos al hombre como para poder señalar con precisión la hora exacta de la naturaleza; sus flores provienen de invernaderos y solariums en los que la primavera ha sido prefabricada y ensamblada. Los parques me atraen solamente en otoño, cuando, antes de morir, después de una vida entera repleta de esfuerzos, las plantas, a fin de parecer más bellas y más perfectas de lo habitual, renuncian inesperadamente a cualquier disfraz y se entregan con una especie de alivio a la desaparición, adquiriendo, sólo entonces, una belleza libre y delirante. "



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