El arte de matar dragones (fragmento)Ignacio del Valle
El arte de matar dragones (fragmento)

"Parecía mentira que hiciera ya más de una semana que hubiera comenzado todo aquel rompecabezas. Mientras lo repasaba tuvo la impresión de ser trasladado al pasado, como por la máquina de H. G. Wells. ¿Cuánto valdría entonces un adelanto del futuro? ¿Cuánto le pagarían los polacos por saber que al día siguiente su legendaria caballería sería aplastada por un entreverado de filosofía alemana y blindados nazis, terminando con una época, una mentalidad y un país?, ¿cuánto los franceses por enterarse de la oportunidad que desperdiciaban al no atacar el flanco sur de Alemania inmediatamente después de su declaración de guerra, cuando la mayoría de los efectivos germanos se hallaban inmersos en la conquista de Polonia, evitando así una larga guerra? Los grandes caracteres de tinta negra, atrapados en su cepo de tiempo, anunciaban el comienzo de la fiesta mundial de la muerte. Ciudades, reinos, seres que irían entrando en su negro hocico; control, grisalla, cascos de acero por cerebro: el rostro de Hitler sobre Europa. Pero, entre aquel Armaggedon extranjero, entre las notificaciones de ejecuciones sumarísimas, las inacabables listas de desaparecidos y detenidos, las gratificaciones por noticias de familiares, las esquelas de jóvenes muertos, brillaban jaspeados benévolos, joviales: los ecos de sociedad apuntaban que el actor Francisco Martínez Soria estrenaba obra en el Fontalba, y que Manolete, la joven promesa del toreo, haría su confirmación en Las Ventas. Borrachos, curación segura del vicio, no se enteran ni perjudica. Mandamos información gratis. Se buscaba al criminal que había asaltado una sucursal bancaria sin un solo tiro, llegando y marchándose en taxi y dejando una propina de miles de pesetas al despistado taxista. Se denunciaba el truco de la embarazada: colocarse algo bajo la falda para aumentar el grosor de la cintura y conseguir colarse a los primeros puestos de las colas del racionamiento; nunca he visto tantas embarazadas, incluso de edad avanzada, como este año, declaraba el asombrado dependiente de un colmado. Ungüento Golgorotea, para ántrax, golondrinos y toda clase de granos. Comparecía ante un tribunal una peligrosa banda de traficantes de sacarina —la policía de Madrid informa que uno de los desalmados tenía depositada una partida de sacarina en la caja fuerte de un banco—. Una tal Antonia anunciaba que, perdido el zapatito derecho de un par azul de la nena, se recompensaría a quien lo encontrara. ¿El vencedor del alcohol? ¿El sedante contra el sol? ¿El gran refresco español? Zumol. También en Cuba y Sebastopol. Cerró el periódico y abrió el cajón donde había guardado la carpeta de Frutos. Era el mismo que contenía los informes sobre la tabla. Entresacó la lámina de la obra y la puso sobre un cartapacio. El arte de matar dragones. Allí estaba, el Héroe, la encarnación de los valores e ideales humanos preservados del desfile de los siglos; el Bien en estado puro, pero el Bien carecía de sentido sin un reverso oscuro: el Mal, el Dragón, complemento indispensable para subrayar el valor del caballero. Hay una relación muy mística y estrecha entre el dragón y su matador... El dragón es monstruo, pero también maestro... La iniciación acaba con la muerte del iniciador y con su revivir en el iniciado a través de la ingestión de la sangre por el caballero... El héroe sabe muy bien que matar al dragón es matarse a sí mismo... Las palabras de Publio Medina resonaron en su mente en flashes inconexos junto a las de aquella bruja tronada que le había asaltado a la salida de Chicote. La mujer te hará feliz pero te hará esclavo... Y el hombre... El hombre es pérfido y engañoso... Habrá violencia y muerte... Todos seréis devorados por el dragón... La fuerza del dragón no procede de su pánico, sino de un fuego interior que le consume... El verdadero combate comenzará cuando deba combatir contra sí mismo. Se percató de las extrañas coincidencias que había entre ellas. La mujer no podía ser otra que Anna. El hombre... el hombre quizás fuese Román. Y el dragón... ¿dónde estaba el dragón? ¿Y por qué debía enfrentarse a sí mismo? Contempló la lámina. El pintor resultaba igual de ambiguo; con una imagen lo decía todo, lo ocultaba todo. Llevaba ocho siglos haciéndolo. La doncella contemplaba a los contendientes con la misma placidez misteriosa; el dragón continuaba su irresistible avance, aplanando cualquier esperanza; el caballero esgrimía desesperadamente fronteras de acero. Su rostro, enmarcado por la celada abierta, era tan pequeño que Arturo precisó acercarse con sumo cuidado a la lámina para verlo con claridad. Al aproximarse, descubrió con sorpresa que el anónimo artista lo había dotado de una vida, es decir, de una angustia, tan crudamente real, que parecía una fotografía: la fotografía de un condenado. Escrutó la cara con atención. Inexplicablemente, se le antojaba familiar, como si fuese un hermano. Apretó los labios; le sufría todo aquel dolor que no era suyo. Pero, aún así, Arturo seguía considerándose un héroe nietzscheano; la realidad era densa, pesaba y abultaba más que los sueños, pero era en esa realidad donde comenzaba la voluntad del héroe, una voluntad que acababa en el ideal. El ser o no ser carecía de importancia, sólo valía querer ser; Arturo recordó las palabras de Don Quijote cuando le devolvieron a casa: yo sé quién soy, que significaba que Don Quijote sabía lo que debía o quería ser. Arturo tampoco se conformaba con lo que era; luchaba contra la materia, contra el hábito, contra la costumbre; ansiaba la dislocación de su realidad: enfrentarse al dragón. Esa perpetua resistencia gobernaba su vida, y por eso procuraba no mirarse en los espejos: porque reflejaban una imagen distinta de la que tenía de sí mismo. Draco, susurró. Estaba ahí fuera, en algún lugar; una criatura de escamas fuertes, superpuestas, esperando pacientemente venir a por él. Draco. Crujió su armadura, desenvainó lentamente la espada. Draco. Draco. Una leve ráfaga de aire sofocante, oscuros murmullos de hechicerías. "


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