Carmen (fragmento)Prosper Merimée
Carmen (fragmento)

"Nací —dijo— en Elizondo, en el valle de Baztán. Me llamo don José Lizarrabengoa, y usted conoce lo bastante España, caballero, como para que mi apellido le diga al instante que soy vasco y cristiano viejo. Si me pongo el don, es porque tengo derecho a ello, y si estuviera en Elizondo le enseñaría mi genealogía en un pergamino. Quisieron que fuera sacerdote, y me pusieron a estudiar, pero yo apenas sacaba provecho. Me gustaba demasiado el juego de la pelota, y eso es lo que me ha perdido. Cuando jugamos a la pelota, nosotros los navarros, nos olvidamos de todo. Un día que había ganado yo, un muchacho de Álava se metió conmigo; cogimos nuestras makilas y lo vencí también; pero esto me obligó a marcharme del país. Encontré a unos dragones y me alisté en el regimiento de Almansa, en caballería. La gente de nuestras montañas aprende pronto el oficio militar. Ascendí enseguida a cabo, y me habían prometido hacerme sargento cuando, para desdicha mía, me pusieron de guardia en la fábrica de tabacos de Sevilla. Si ha ido usted a Sevilla, habrá visto ese gran edificio, extramuros, cerca del Guadalquivir. Me parece estar viendo todavía la puerta y el cuerpo de guardia al lado. Los españoles, cuando están de servicio, juegan a las cartas o duermen; yo, como buen navarro, trataba siempre de estar ocupado. Estaba haciendo una cadena de alambre de latón, para sujetar la baqueta. De repente, los camaradas dicen: «La campana está tocando; las chicas van a volver al trabajo.» Sabrá, señor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes. A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores. Pocas de ellas rehúsan una mantilla de tafetán, y los aficionados a esa pesca no tienen más que agacharse para coger el pez. Mientras los otros miraban, yo permanecía en mi banco, cerca de la puerta. Era joven entonces; siempre estaba pensando en mi tierra, y no creía que hubiera chicas guapas sin faldas azules y sin trenzas cayéndoles por los hombros. Además, las andaluzas me daban miedo; no estaba aún acostumbrado a su manera de comportarse: siempre de broma, jamás una palabra en serio. Así pues, tenía yo la nariz en la cadena, cuando oigo a unos ciudadanos que decían: «¡Ahí está la gitanilla!» Levanté los ojos y la vi. Era un viernes, nunca lo olvidaré. Vi a esa Carmen que usted conoce, en cuya casa lo encontré hace algunos meses. "


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