La risa roja (fragmento)Leonid Andreiev
La risa roja (fragmento)

"Afortunadamente, falleció la semana pasada, el viernes. Repito que fue una suerte para mi hermano. Sin piernas, temblándole el cuerpo y con el alma destrozada, en su loco arrebato de creación era algo horrible y lamentable. Desde aquella noche tremenda se estuvo dos meses enteros escribe que te escribe, sin parar, sin levantarse del asiento, negándose a comer, llorando y blasfemando cuando, por un breve rato, lo apartábamos de la mesa. Con extraordinaria rapidez, llevaba la seca pluma por el papel, llenando hoja tras hoja y sin dejar de escribir y escribir. Se privaba del sueño, y solo un par de veces logramos acostarlo por unas horas en la cama, gracias a una fuerte dosis de narcótico; pero al final, ya este resultó impotente para contener aquel su loco impulso de creación. Por su expreso deseo, teníamos todo el día cerradas las ventanas y la lámpara encendida, dando la ilusión de la noche, y él fumaba, empalmando los cigarrillos, y escribía. Al parecer, era feliz y nunca viera yo en los individuos sanos una cara tan iluminada, la cara de un profeta o de un gran vate. Había enflaquecido mucho, hasta adquirir la cérea transparencia de un cadáver o de un asceta, y todo el pelo se le había vuelto blanco; y eso que al empezar aquel trabajo absurdo era todavía relativamente joven, y al terminarlo… era ya todo un viejo. A veces se ponía a escribir más aprisa que de costumbre, y la pluma tropezaba en el papel y se despuntaba, pero él no se daba cuenta de ello; en tales momentos, no se le podía tocar ni con el más leve roce, pues en seguida le daba un ataque, y lloraba y reía al mismo tiempo; otras veces, muy raras por cierto, respiraba beatífico y se ponía a hablar conmigo muy afable, haciéndome siempre las mismas preguntas: quién soy yo, cómo me llamo y si hace mucho me ocupo en literatura.
[...]
De la guerra, ni una vez hizo mención, así como tampoco de su mujer, ni de su hijo; aquella labor interminable, espectral, absorbía tan por entero su atención, que apenas si se fijaba en otra cosa que no fuera ella. En su presencia podía uno andar, hablar, sin que él lo notase, ni por un momento perdiera su rostro la expresión de una tensión terrible y de la inspiración. En el silencio de la noche, cuando todos dormían y solo él seguía trenzando incansablemente el infinito hilo de la locura, estaba imponente, y yo y la madre éramos los únicos que nos atrevíamos a acercarnos a él. En una ocasión intenté darle, en vez de la pluma seca, un lápiz, pensando que quizá así escribiese algo de veras, pero solo quedaron en el papel unas líneas informes, rotas, torcidas, carentes de sentido.
Y así, trabajando, se murió una noche. Conocía yo muy bien a mi hermano, y su locura no fue para mí ninguna sorpresa; su apasionada ilusión de trabajar, que ya manifestaba en sus cartas de la guerra y que fue el sostén de su vida cuando de allá volvió, no podía menos que estrellarse ante la impotencia de su cerebro agotado y resentido, provocando la catástrofe. Pienso también que acerté a adivinar todas las consecuencias de las emociones que lo condujeron a la muerte aquella noche fatídica. En general, todo lo que aquí he escrito de la guerra, transcribiendo palabras de mi difunto hermano, resulta con frecuencia harto deslavazado e incoherente; solo algunos cuadros aislados se le habían quedado tan hondamente grabados en la memoria, que he podido transcribirlos casi con las mismas palabras con que él me los refiriera. "



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