Nada se acaba (fragmento)Margaret Atwood
Nada se acaba (fragmento)

"Lesje no podría atestiguarlo. Estaba tan paralizada por la aprensión que apenas pudo probar bocado. El boeuf bourguignon lo mismo podría haber sido de arena. Elizabeth pasó por alto con elegancia la cantidad que dejó en el plato. Al empezar a comer hizo a Lesje tres preguntas bien informadas sobre las estructuras de poder en paleontología de vertebrados, cualquiera de cuyas respuestas podrían haberle costado el trabajo si las repetía en el lugar adecuado. Lesje se fue por la tangente, y Elizabeth desvió la conversación a cotilleos de la CBC, ayudada por la mujer del hombre de historia grecorromana.
Elizabeth se concentró en William durante el postre. Su trabajo en el Ministerio de Medio Ambiente le pareció fascinante y muy útil. Admitió que tal vez debería hacer el esfuerzo de acarrear las botellas viejas y los periódicos a esos sitios, los contenedores. William, satisfecho, le dio una conferencia sobre el funesto futuro que aguardaba al mundo si no lo hacía, y Elizabeth asintió con humildad.
Entretanto, Nate se mantuvo en la sombra, sin dejar de fumar, bebiendo sin parar, aunque sin efecto aparente, evitando la mirada de Lesje, ayudando a limpiar los platos y sirviendo el vino. Elizabeth le dirigía con discreción: «Cariño, ¿me puedes traer la cuchara de servir la ensalada?», «Cariño, ¿te importa preparar el café, ya que estás ahí?». Lesje mordisqueó los bordes del merengue y pensó que habría preferido que estuviesen las niñas. Al menos tendría con quien hablar sin sonrojarse y balbucear y sin tener la certeza de que en cualquier momento abriría la boca y metería la pata al decir algo sobre suicidios o habitaciones de hotel. Pero las habían enviado a pasar la noche a casa de unos amigos. A veces, dijo Elizabeth, por mucho que quisieras a tus hijos, te apetecía pasar un poco de tiempo libre con adultos. Nate no siempre estaba de acuerdo, dijo dirigiéndose a Lesje. Era un padre tan entregado. Se pasaría las veinticuatro horas al día con sus hijas. «¿Verdad, cariño?».
A Lesje le habría gustado decirle que no le llamara «cariño» y que a ella no la engañaba. Pero supuso que era la costumbre. Al fin y al cabo llevaban diez años casados.
Elizabeth se había encargado de subrayarlo. A lo largo de la noche había hecho alusión a las comidas favoritas de Nate, a sus vinos preferidos y a sus peculiaridades en el vestir. A Elizabeth le gustaría que se cortara el pelo de la nuca más a menudo; antes se lo cortaba ella con las tijeras de uñas, pero no hay manera de que se esté quieto. Ha hablado de su comportamiento el día de su boda, aunque sin dar detalles; todos los presentes, incluso la pareja de historia grecorromana, parecen conocer la anécdota. Menos Lesje y, por supuesto, William, que había ido al baño. Lugar donde le encantaría estar a Lesje en ese momento. "



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