Domingos de agosto (fragmento)Patrick Modiano
Domingos de agosto (fragmento)

"Me gustaría apuntar los detalles de nuestras relaciones con los Neal como si estuviera redactando un informe policial o contestando al interrogatorio de un inspector a quien le cayera bien y en quien hubiera notado una solicitud paternal que me ayudase a ver las cosas algo más claras.
Creo que conseguí hablar por teléfono con el tal Virgil Neal durante la semana siguiente a la reaparición de Villecourt. Estaba «encantado» –me dijo– de saber de mí. Él y su mujer habían estado fuera alrededor de diez días «en un viaje de negocios imprevisto». Pero los «entusiasmaría» comer con nosotros al día siguiente sin ir más lejos, si es que era posible. Me dio la dirección del restaurante donde nos encontraríamos a eso de las doce y media.
Un restaurante italiano con la fachada revocada en granate, en la calle de Les Ponchettes, al pie de la colina del Castillo. Llegamos los primeros, Sylvia y yo. Nos llevaron a la mesa para cuatro personas que había reservado el señor Neal. Éramos los únicos clientes. Cristalería. Manteles blancos y almidonados. Cuadros del estilo de Guardi en las paredes. Ventanas con rejas de hierro forjado. Chimenea monumental en cuyo fondo estaba esculpido un escudo de armas con flores de lis. Altavoces invisibles por donde salían los estribillos de algunas canciones famosas que interpretaba una orquesta sinfónica.
Creo que Sylvia sentía la misma aprensión que yo. No sabíamos nada de esas personas que nos invitaban a comer. ¿Por qué Neal se había mostrado tan diligente en volver a vernos? ¿Había que achacarlo a esa campechanía calurosa con la que algunos norteamericanos, ya en el primer encuentro, lo llaman a uno por el nombre y le enseñan las fotos de sus hijos?
Llegaron, disculpándose por el retraso. Neal era un hombre diferente del de la otra noche. Ya no daba esa impresión de estar ido. Iba recién afeitado y llevaba una chaqueta de tweed de corte muy amplio. Hablaba sin el menor titubeo ni el menor acento anglosajón y su locuacidad –si no me engaña la memoria– fue lo primero que despertó mis sospechas. Era una locuacidad que me parecía rara en un norteamericano. En algunas palabras coloquiales, en la forma de construir algunas frases, le notaba una mezcla de entonaciones parisinas y de acento del sur, pero un acento controlado, refrenado, como si Neal llevase mucho tiempo intentando disimularlo. Su mujer hablaba mucho menos que él y con esa expresión soñadora y algo ausente que me sorprendió la vez anterior. Su entonación no era tampoco la de una inglesa. No pude por menos de decírselo. "



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