Carmen (fragmento)Pedro Castera
Carmen (fragmento)

"Atónitos, absortos, conmovidos hasta lo más íntimo, nos tomábamos de las manos, y sus ojos, al mirarme, parecían iluminar las sombras estremecidas que nos rodeaban. Nuestros corazones palpitaban unísonos, ardientes, fulgurosos, como dos lámparas encendidas en medio de aquellas flores, o como dos astros más, que cintilaban entre aquellas silenciosas serenidades. Ofrecíamos a Dios nuestros pensamientos como un perfume, y nuestro amor se transformaba en plegaria, estableciéndose así la comunión divina. Toda la inmensidad del cielo descendía a nuestras almas o éstas se dilataban abarcando sus esplendores. Contemplábamos la mecánica infinita, el centelleo lejano y la iluminación universal, y estremecidos, extáticos, anhelantes, parecíamos inclinarnos sobre aquella eternidad con el vértigo de la ascensión en nuestras almas y como sintiéndonos levantar por el santísimo, por el supremo, por el indefinible hálito de Dios.
Solos allí, en su presencia, arrodillados interiormente, apacibles, risueños, dichosos, adorábamos todo delante de nosotros… desde las luciérnagas que brillaban entre la hierba, hasta los torbellinos de estrellas que en forma de nebulosas cruzaban por el azul intenso del zenit.
¡Quién sabe qué me decía! ¡Qué palabras robaba al lenguaje de los ángeles y qué música al ritmo de los mundos! Hablaba, y yo absorbía con ansia sus frases, aprendidas por ella cuando su alma se cernía aún entre los misterios de las estrellas. ¡Cuánta inocencia en aquel idioma! ¡Qué dulzura en sus imágenes y qué expresión en su poético hablar! Era la sublime inspirada, creando mundos de ideas y de sentimientos… con sólo dejar latir y expresarse al corazón.
A veces llegaba a nosotros, envolviéndonos, una ráfaga de aire impregnada de aromas y de rumores; traía mezclados los diálogos de las corolas a las caricias de los nidos, las quejas de los insectos y los rozamientos de los tallos, el crujir de la savia y quién sabe si también la plegaria de la tierra y la voz de los astros y los cielos… aquel murmullo indistinto, vago, inmenso y elocuente… despertaba en mí no sé qué emoción más profunda, que me obligaba a estrecharla fuertemente contra mi pecho, murmurando. "



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