Un viaje a la estación de tren (fragmento)Jáchym Topol
Un viaje a la estación de tren (fragmento)

"La ciudad estaba cambiando. Las vetustas y quebradas paredes habían terminado por ser derruidas, habían sido impresos anuncios publicitarios a lo largo de aquella estructura sumamente agrietada e incluso misteriosos mapas sobre un rudo molde de yeso. Las aceras estaban recién pavimentadas y las barreras de metal y madera que habían persistido durante años se desvanecieron al caer de la noche. Nuevos propietarios se hicieron cargo de los edificios en ruinas y trataron de convertirlos en hoteles, pubs, tiendas mayoristas de vidrio y cristal, agencias de viajes. Pantalones, abrigos, juguetes de madera, perritos calientes, periódicos de jengibre e incluso oro se vendía en la calle aledaña a los apartamentos de la planta baja de los inmuebles y, por supuesto, la mera idea de declarar aquellos ingresos no dejaba de ser una broma. «No hay dinero de mala calidad» -subrayaban aquellos depravados vendedores- mientras distribuían sus stands entre las diferentes calles y plazas. Fueron creados nuevos centros alrededor de zonas disco en los barrios periféricos de la ciudad, con sus correspondientes mini almacenes, sus bares y sus nuevos restaurantes. Cada noche la lavandería de nuestra calle se encontraba repleta de amas de casa. Un hombre me increpó diciendo que no era más que una casera y yo le respondí que él era un vagabundo que no tenía ningún lugar donde vivir. Mi marido regresará a casa hoy de nuevo ebrio; la última vez que fue a la tienda de comestibles la comida estaba fatal cuando decidió regresar. Aquí están sus camisas, señor, me había dicho aquella mujer sin apenas mirarme. Sí, seguro, no eres alto pero tendrás que traer dinero cada primer día del mes si no quieres ver tu ropa fuera de la guardarropía. Mi hombre es incapaz de cortar carne fibrosa -escuché decir a otra. Pero nada de esto era suficiente para colmar mi sed de vida. Buscaba un modo de conciliar mi vigoroso ánimo con el lucrativo mundo de los negocios, trabajando como mercenario literario, comerciante de palabras o charlatán callejero.
La mayoría de la gente del barrio había sido más afortunada. Dunar, rufián, chantajista y dipsómano llegó a adueñarse de Nightland, una discoteca de mala muerte que apestaba al hedor de carne quemada en rocas ardientes y arrojadizas y cuya clientela danzaba con la mafia. «Vuelva de nuevo" -arengó el emisario de Dunar a uno de aquellos tipos extraños y desagradables que vinieron a Praga en pos del becerro de oro. «Vuelva de nuevo" -pidió solícito a uno de aquellos sabiondos que exigían una prima por ser protectores... «y le mataré». Una semana más tarde abatieron al chico, que probablemente sólo buscaba algo de diversión, pero no le concedieron una segunda oportunidad para hacer relucir de nuevo su oferta. «Enséñaselo a Mamá» -ordenó Dunar a la novia del chico, a la que con pericia le había roto su clavícula en dos partes. Luego sus gorilas la torturaron un poco más, lo suficiente para que, a pesar de estar maltrecha, pudiera sobrevivir y la arrojaron sobre un montón de basura en las afueras de la ciudad junto con el cadáver de su especialista en la protección. "



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