El cumpleaños de la infanta (fragmento)Oscar Wilde
El cumpleaños de la infanta (fragmento)

"Pero lo más divertido de la fiesta, lo mejor de todo sin duda alguna, fue la danza del enanito. Cuando apareció en la plaza tambaleándose sobre sus piernas torcidas y balanceando su enorme cabezota deforme, los niños estallaron en ruidosas exclamaciones de alegría, y la infanta rió tanto que la camarera se vio obligada a recordarle que si bien muchas veces en España la hija de un Rey había llorado delante de sus pares, no había precedente de que una Princesa de Sangre Real se mostrara tan regocijada en presencia de personas inferiores a ella. Pero el enano era irresistible, y ni siquiera en la Corte de España, conocida por su afición a lo grotesco, se había visto jamás un monstruo tan extraordinario.
Fuera de eso, esta era la primera aparición en público del enano. El día anterior, mientras cazaban en uno de los Sitios más apartados del bosque de encinas que rodeaba la ciudad, lo habían descubierto dos nobles, corriendo locamente por entre los árboles. Los nobles pensaron que podía servir de diversión a la Princesa y lo llevaron al Palacio, ya que el padre del enano, un mísero carbonero, no puso dificultad alguna en que lo libraran de un hijo que era tan horrible como inútil. Tal vez lo más divertido era la absoluta inconsciencia que tenía el enano de su grotesco aspecto. Al contrario, parecía muy feliz y orgulloso. Tanto, que cuando los niños se reían, el también reía, tan franca y alegremente como ellos, y al terminar cada danza los saludaba con las más divertidas reverencias, como si fuera igual a ellos, y no un ser raquítico y deforme, que sólo servía para que los demás tuviesen algo de qué burlarse.
La Infanta lo había fascinado de un modo tal que al enano se le hacía imposible dejar de mirarla, y parecía bailar solamente para ella. Cuando terminó de bailar, la niña recordó haber visto a las grandes damas de la Corte arrojarle ramos de flores a Caffarelli, el famoso tiple italiano, y entonces, en parte por burla y en parte para enojar a su Camarera Mayor, sacó la rosa blanca de sus cabellos y la arrojó a la plaza con la más dulce de sus sonrisas.
El enano tomó la cosa muy en serio, besó la flor con sus gruesos labios y se llevó la mano al corazón antes de arrodillarse delante de la Infanta, gesticulando con sus ojos chispeantes de alegría.
Con esto se quebrantó la seriedad y compostura de la Infanta que no pudo contener la risa, ni siquiera cuando el enanito desapareció de la plaza, y manifestó a su tío el deseo de que se repitiera la danza de inmediato. Pero la Camarera Mayor decidió que el sol calentaba demasiado y que sería preferible que Su Alteza regresara sin tardanza al Palacio, donde le habían preparado una fiesta maravillosa.
Al fin, la Infanta se puso de pie con suma dignidad, y dio la orden de que el enanito danzase de nuevo para ella después de la siesta. Agradeció también al condesito de Terra Nova por su encantador recibimiento, y se retiró a sus habitaciones, seguida por los niños, en el mismo orden en que habían entrado.
Al saber que iba a bailar de nuevo ante la Infanta, obedeciendo sus expresas órdenes, el enanito se sintió tan orgulloso y feliz, que se lanzó a correr por el jardín besando la rosa blanca en un absurdo transporte de alegría, y gesticulando del modo más estrambótico y pagano.
Hasta las flores se indignaron de aquella insolente invasión a sus dominios, y cuando le vieron hacer piruetas por los paseos y agitar los brazos de modo tan ridículo, no pudieron contenerse. "



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