El corazón de miss Winchelsea (fragmento) "Se negó a ver «algo especial» en la fisonomía de Beatrice Cenci. -¡La Beatrice Cenci de Shelley!- en la galería Barberini; un día, mientras los demás lamentaban la existencia de los tranvías, ella empezó a decir con bastante brusquedad que «la gente tenía que desplazarse de algún modo y que utilizar los tranvías era mejor que torturar a los caballos por aquellos horribles cerros.» ¡Esos «horribles cerros» eran las Siete Colinas de Roma! El día que fueron al Palatino, aunque Miss Winchelsea no se enteró de sus comentarios, dijo de pronto a Fanny: -¡No corras tanto, querida! ¡No les gusta que les alcancemos! -No intentaba alcanzarles -replicó Fanny aflojando el paso-. De verdad que no -añadió, y estuvo jadeando un minuto. Pero Miss Winchelsea había encontrado la felicidad. Sólo se daría cuenta de lo feliz que había sido paseando entre aquellas ruinas a la sombra de los cipreses e intercambiando los pensamientos más elevados que el ser humano posee y las impresiones más distinguidas que puedan transmitirse, cuando evocara la tragedia que ocurriría después. Sin que se dieran cuenta, el sentimiento se iba introduciendo en su relación y llegaba a resplandecer claramente y de un modo agradable cuando Helen y su modernidad no estaban demasiado cerca. Su interés pasaba imperceptiblemente de las cosas maravillosas que les rodeaban a los sentimientos más íntimos y personales. La información sobre sus vidas iba surgiendo tímidamente; ella hizo alusión a su escuela, a su éxito en los exámenes, y expresó su alegría porque ya hubiera pasado la época de los «atracones» en los estudios. El joven dejó claro que él también se dedicaba a la enseñanza. Hablaron de la grandeza de su tarea, de la necesidad de vocación para afrontar los detalles molestos, de la soledad que a veces sentían... Esto ocurrió en el Coliseo, pero no les dio tiempo a más aquel día porque Helen volvió enseguida con Fanny, a la que había llevado a ver las galerías superiores del anfiteatro. Sin embargo, los sueños de Miss Winchelsea, bastante claros y concretos ya, se hicieron realistas en grado extremo. Se imaginaba a aquel atractivo joven instruyendo a sus alumnos del modo más edificante, con ella como modesta compañera y colaboradora intelectual. Se imaginaba un pequeño pero distinguido hogar, con dos escritorios y estantes blancos para unos libros excelentes, y con reproducciones de obras de Rossetti y Burne Jones sobre paredes empapeladas con diseños de Morris y flores en calderos de cobre trabajado. En realidad se imaginaba muchas cosas. En el Pincio pasaron unos ratos deliciosos juntos, mientras Helen se llevaba a Fanny a ver el «muro Torto». El joven le habló con sinceridad. Le dijo que esperaba que su amistad estuviera sólo empezando y que su compañía era para él algo muy preciado, incluso más que eso. Se puso muy nervioso y se sujetó los lentes con dedos temblorosos, como si temiera que la emoción los fuera a hacer caer. " epdlp.com |