La protección de un sastre (fragmento) "Y... ¡quién lo diría! al mismo tiempo, hay en las mujeres instantes sublimes de amor, manifestado á sus amantes, que el diablo me lleve, si no son sublimes todas las horas de amor, que ellas tienen á sus solas. ¿Cómo no ha de haber entusiasmo y abnegación de sí mismo en un ser espirituoso, delicado y volátil, que ama, que necesita amar, que no puede hacer bien ninguna cosa sino amar, porque para amar sólo vive, y que del amor y sólo del amor se alimenta y saca todas las satisfacciones de su vida?... Yo no sé si esto será bastante pero por lo menos, á primera vista parece que hay razón suficiente para creer, á pesar de todo, que las mujeres aman con delirio cuando están ellas solas, pensando... ¿en qué pueden ellas pensar sino en sus amores ó en sus vestidos ó en otras cosas así, muy enlazadas con sus pasiones? Todas estas reflexiones las hago aquí, acaso sin venir á pelo, á propósito de que en este paseo que Rafael dio por la corte se enamoró de él una joven y lindísima muchacha, que puesta á un balcón, de una calle por la cual, nuestra ya conocida pareja, a la sazón pasaba, tuvo la fortuna de encontrar en Rafael todo lo que necesitaba para enamorarse. Cuentan, pues, que le vio y que al punto de verle se prendó de él; pero dicen que se guardó muy bien de dar á entender de ello ni la más mínima cosa, y que antes de dar á Rafael la pequeñísima satisfacción de mirarle con buenos ojos, que no era mucho hacer, atendiendo á que ella estaba frita en pasión y rebozada en deseo, de resultas de esos súbitos bofetones de Cupido; se retiró ella con muy buen cuidado del balcón, con más muestras de enfado que de gusto apenas notó que Rafael, de muy distinta manera, y con muchísimo de interés en el semblante, la flechaba sus dos ojos negros, que con tanto placer se hubiera estado contemplando cuatro ó seis días la enamorada niña. ¿Y quién se lo impidió?... Nadie. En su mano estaba el cumplimiento de su deseo, que era bueno generoso, social, filantrópico y otra porción de cosas más, sin que al mismo tiempo faltara ni en el canto de un duro á la debida compostura y honestidad. ¡Vamos es cosa de desesperarse! " epdlp.com |