Bruna, soroche y los tíos (fragmento)Alicia Yánez Cossío
Bruna, soroche y los tíos (fragmento)

"El obispo les lloró como a hijos propios que eran, hijos de su carne violenta y de su espíritu batallador. Durante ocho días repicaron las campanas de la ciudad despertando con su triste tañido a los muertos que dormían en sus tumbas. Las sacudidas del volcán aumentaron y la ceniza volvió a caer más copiosa. La ciudad quedó en manos de las fuerzas del mal, pero el desprestigio de los masones fue tal, que no pudieron aprovecharse de la acción. Las mujeres les hicieron la vida imposible, al extremo de que se les vio a muchos de ellos entrar en las iglesias y tomar parte en las procesiones de penitentes. Las mujeres llevaron luto por dos años. Pusieron en los barrotes de las ventanas crespones y banderolas negras. La ciudad se sumió en el silencio: los carreteros amarraron trapos a las ruedas de sus carreteras para evitar el ruido de las mismas sobre el empedrado. Hasta los niños andaban de puntillas dentro de las casas y los vendedores ambulantes cesaron de pregonar sus mercancías.
Salomón de Villa-Cató renunció al obispado y vistiendo una raída sotana, se puso a caminar en la dirección que salía el sol. Caminó solo, año tras año, comiendo raíces amargas de los árboles y frutos silvestres, bebiendo el agua de lluvia que se estacionaba en las piedras y en los tallos de los pencos. Traspuso las montañas más lejanas y llegó al lugar donde nació María Illacatu, allí encontró sombras, ruinas y una soledad que le era conocida...
Cuando niña, Bruna creyó que las hazañas del "Batallón de la Fe" tenían el valor de una de las tantas leyendas de los tiempos pasados, pero una tarde que se encontraba vagando por los cuartos traseros de la vieja casona, sus pies tropezaron con un montón de hierros viejos. Subió sobre un baúl, abrió una ventana y un oblicuo rayo de sol le mostró un montón de espadas herrumbadas. Las contó, y en verdad, eran doscientas cuarenta y cinco. "



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