El hospital de la transfiguración (fragmento)Stanislaw Lem
El hospital de la transfiguración (fragmento)

"El mes de junio se iba internando poco a poco en una insufrible canícula. Desde la ventana, el paisaje de suaves colinas se oscurecía con el verde de los bosques y adquiría tonos esmeralda y matices castaños. Verde plateado de los abedules, verde marino al atardecer, verde cristalino en la madrugada. Un susurro suave iba y venía como en olas, punteado por el gorjeo de los pájaros. La estela del sol dividía la bóveda celeste en dos partes, día a día más iguales. Una noche llegó la primera tormenta de verano. El paisaje aparecía a la luz de los relámpagos como un brillante, con destellos desgajados del azul.
Stefan solía dar largos paseos por los campos en dirección al bosque. Desde los postes telegráficos, como desde diapasones ahítos de tonos agudos, llegaba una melodía tartajosa. El muro de árboles era azul por los pinos, mientras que los abedules dibujaban un zigzag blanco.
Cuando se cansaba, se paraba debajo de las enormes copas de los árboles o se sentaba sobre la cama formada por las agujas de las coníferas.
Un día, vagando como acostumbraba, descubrió un paraje alejado de los muros, oculto detrás de un despeñadero de pendiente arcillosa, donde crecían tres hayas inmensas que nacían de una misma cepa y que se abrían suavemente hacia los lados. Más abajo, como de puntillas —ya que el arroyo que corría allí durante la primavera se había llevado la arcilla de entre sus raíces— se encontraba un roble joven con la línea de ramas horizontales dibujada a la japonesa. Unos cientos de pasos más allá terminaba el bosque. Por la pendiente subía una hilera de colmenas pintadas de verde y teja que parecían figuras de santos hechas de barro. En el lugar había eco y Stefan se atrevió a despertarlo con palmadas. El aire caliente respondió varias veces, cada vez más débil y más sordo. El silencio estaba subrayado por el zumbido polifónico de las abejas. De vez en cuando alguna de las colmenas rompía a cantar con insistencia. Desde lejos, parecían el grosero teclado de un instrumento campesino. Prosiguió su marcha, y después de un buen rato se asombró al darse cuenta de que el zumbido de las colmenas, lejos de apagarse, aumentaba, llenando todo el aire. "



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