La especulación inmobiliaria (fragmento)Italo Calvino
La especulación inmobiliaria (fragmento)

"Lo curioso fue que en la firma del contrato Caisotti no dijo nada sobre aquellos puntos que se habría esperado, sino sobre otros puntos poco importantes, de las dificultades, de los cuales fue fácil deshacerse. Quinto estaba incluso un poco desilusionado. Era un contrato espinoso, Canal y el notario habían puesto en él toda su ciencia, un contrato intrincado como un zarzal, estaban allí todas las disposiciones del arriendo, los plazos para el pago de la suma en dinero en metálico garantizada por una serie de letras, los plazos para la entrega de los apartamentos ultimados, todo ello sujeto a una cláusula de «propiedad reservada», es decir, que, si el contratista no cumplía una parte cualquiera del contrato, el terreno volvía a los propietarios con, además, todo lo construido hasta entonces, en el estado en que se hallase. «Si acepta esto, estás al abrigo de todo peligro», había dicho Canal a Quinto. Caisotti había aceptado, les había dejado hacer, casi no había abierto la boca, como si esto del contrato fuera una formalidad. Había llegado al despacho del notario solo, sin un abogado, sin nadie, «para ahorrar», comentaron, o acaso «porque cada vez que ha tomado un abogado ha acabado peleándose con él». Estaban los tres Anfossi, madre e hijos, más el abogado y el notario, y sólo en el momento en que entró en aquel despacho (que ya como ambiente debía de imponerle un cierto respeto), con toda aquella gente instruida que sabía escribir, Caisotti echó una mirada en torno como de bestia que se ve enjaulada y quiere retroceder, pero que sabe que ya es inútil. Quinto, siempre dispuesto a hacerlo aparecer bajo una luz favorable, se decía: «Parece Daniel en el foso de los leones», pero este modo de adjudicarle el papel de víctima no le divertía en absoluto; tenía necesidad de verlo como un león, indócil y salvaje, y todos ellos un foso de Danieles en torno suyo, muchos Danieles virtuosos y sañudos como verdugos, que le pinchaban con las horcadas cláusulas del contrato.
Caisotti se sentó en una silla junto a la mesa del notario, con los demás alrededor, sentados o de pie, y escuchaba con atención, concentrado, la lectura del acta de labios del notario. Estaba con la boca entreabierta, a ratos repitiendo para sí, con un mudo movimiento de labios, una frase de la actuación notarial, y Quinto se preguntó si no sería realmente tonto. Por el contrario, estaba decidido a no dejarse escapar nada, y de vez en cuando alzaba una de sus pesadas manos. "



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