Mare Nostrum (fragmento)Vicente Blasco Ibáñez
Mare Nostrum (fragmento)

"El timbre repiqueteó con impaciencia en el corredor. El capitán Ferragut tenía hambre: el hambre de la desnutrición, el hambre del náufrago que ha consumido todas las reservas de su cuerpo.
Abarcó con una mirada de ogro el café con leche, el abundante pan y la escasa mantequilla que le trajo el camarero. ¡Poca cosa para él!… Y cuando atacaba todo esto con avidez, se abrió la puerta y entró Freya, sonrosada, fresca por un baño reciente y vestida de hombre.
La túnica indostánica había sido reemplazada por un pijama masculino de seda violeta. El pantalón tenía los bordes levantados sobre unas babuchas blancas que contenían sus pies desnudos. En el lugar del corazón llevaba bordada una cifra, cuyas letras no pudo desenmarañar Ulises. Encima de esta cifra avanzaba su punta un pañuelo asomado a la abertura del bolsillo. La opulenta cabellera retorcida en lo alto del cráneo y las curvas voluptuosas que tomaba la seda en ciertos lugares del masculino traje eran lo único que denunciaba a la mujer.
El capitán olvidó su desayuno, entusiasmado por esta novedad. ¡Era una segunda Freya: un paje, un andrógino adorable!… Pero ella repelió sus caricias, obligándole a sentarse.
Había entrado con una expresión interrogante en los ojos. Sentía la inquietud de toda mujer a la segunda entrevista de amor. Deseaba adivinar las impresiones de él, convencerse de su gratitud, tener la certeza de que la embriaguez de la primera hora no se había disipado durante su ausencia.
Mientras el marino volvía a atacar su desayuno, con la familiaridad de un amante que ha llegado a la posesión y no necesita ocultar y poetizar sus necesidades groseras, ella se sentó en una vieja chaise longue, encendiendo un cigarrillo.
Se replegó en este asiento, con las piernas encogidas y formando ángulo dentro del círculo de uno de sus brazos. Apoyó luego la cabeza en las rodillas, y así estuvo largo rato, fumando con los ojos fijos en el mar. Se adivinaba que iba a decir algo interesante, algo que arañaba el interior de su frente pugnando por salir.
Al fin habló con lentitud, sin dejar de mirar al golfo. De vez en cuando se arrancaba de esta contemplación, para fijar los ojos en Ulises, midiendo el efecto de sus palabras. "



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