Alberto Savarus (fragmento)Honoré de Balzac
Alberto Savarus (fragmento)

"Entró en el salón, lleno de extranjeros de la más alta distinción, y tuvo que permanecer en un grupo que se hallaba cerca de la puerta, porque en aquel momento se estaba cantando un dúo de Rossini. Finalmente pudo ver a Francesca, pero sin que ésta lo viese a él. La princesa se hallaba de pie, a dos pasos del piano. Sus magníficos cabellos, tan abundantes y largos, estaban sujetos por una diadema de oro. Su rostro, iluminado por las bujías, mostraba la deslumbrante blancura peculiar de las italianas y que sólo produce todo su maravilloso efecto cuando se halla bajo la luz. Llevaba un vestido de baile que permitía admirar unos hombros magníficos, su talle de mujer joven y brazos de estatua clásica. Su belleza sublime estaba allí sin rivalidad posible, aunque hubiera inglesas y rusas encantadoras, las mujeres más lindas de Ginebra y otras italianas, entre las cuales brillaban la ilustre princesa de Varese y la famosa cantante Tinti, que en aquellos momentos estaba cantando. Rodolfo, apoyado en el jambaje de la puerta, miró a la princesa proyectando sobre ella aquella mirada fija, persistente, atractiva y cargada de toda la voluntad humana concentrada en ese sentimiento llamado deseo, pero que entonces asume el carácter de una violenta orden. ¿Acaso la llama de aquella mirada alcanzó a Francesca? ¿Esperaba Francesca ver de un momento a otro a Rodolfo? Al cabo de unos minutos, deslizó una mirada hacia la puerta, como atraída por aquella corriente de amor, y sus ojos, sin vacilar, se sumergieron en los ojos de Rodolfo. Un leve estremecimiento agitó aquel magnífico rostro y aquel hermoso cuerpo: ¡la sacudida del alma estaba reaccionando! Francesca se sonrojó. Rodolfo tuvo la sensación de vivir una vida entera en aquel cambio, tan rápido que sólo puede compararse con un relámpago. ¿Pero a qué podríamos comparar su dicha? ¡Él era amado! La sublime princesa, en medio de la sociedad, en la hermosa mansión Jeanrenaud, mantenía la palabra dada por la pobre expatriada, por la joven caprichosa de la casa Bergmann. ¡La embriaguez de tales momentos vuelve a uno esclavo para toda su vida! Una sonrisa, elegante e irónica, cándida y triunfal, agitó los labios de la princesa Gandolphini, la cual, en un momento en el que no se creía observada, miró a Rodolfo como si le pidiera perdón por haberlo engañado en lo que a su condición se refería. Terminada la pieza, Rodolfo pudo llegar hasta el príncipe, el cual lo condujo amablemente al lado de su esposa. Rodolfo cambió las ceremonias de una presentación oficial con la princesa, el príncipe Colonna y Francesca. Cuando hubo terminado, la princesa tuvo que realizar su parte en el cuarteto famoso de Mi manca la voce, que estuvo ejecutado por ella, por la Tinti, por Genovese, el famoso tenor, y por un célebre príncipe italiano a la sazón en el exilio, y cuya voz, si no hubiera sido príncipe, habría hecho creer que se trataba de uno de los príncipes del arte. "


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