Para Isabel. Un mandala (fragmento)Antonio Tabucchi
Para Isabel. Un mandala (fragmento)

"La mujer entreabrió la puerta y se asomó con curiosidad. El señor Almeida hizo un gesto perentorio, sin decirle una palabra, y ella se retiró rauda. Entre nosotros caló el silencio. El señor Almeida volvió a encender su cigarrillo, que se le había apagado, y susurró: es un gran embrollo, señor mío, un gran embrollo. Yo procuré armarme de valor y bebí otro sorbito de cachaza. Explíqueme ese embrollo, señor Almeida, se lo ruego, es usted el único que puede explicarme ese embrollo. El viejo se levantó y cerró con llave la puerta que daba al pasillo, aspiró una calada de humo y exhaló el humo en dos anillos concéntricos que se quedó mirando atentamente como si fueran lo más importante del mundo. La señorita nunca se tragó esos cristales, murmuró, no murió en la cárcel, eso es sólo lo que todo el mundo creyó, pero la verdad es otra.
En un arrebato, puse mi mano sobre la suya y se la apreté. Si conoce usted esa verdad, dije, señor Almeida, o, si lo prefiere, amigo Tío Tom, cuénteme esa verdad, a usted no puede hacerle daño alguno. El señor Almeida se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Los cristales estaban mojados por la lluvia. Estaba cayendo una llovizna fina. A veces en mis sobremesas me asomo a la ventana y miro la calle, susurró casi imperceptiblemente, y miro los perros, este barrio está lleno de perros vagabundos, usted tal vez no me entienda, amigo mío, pero estos perros me unen a Cabo Verde más que las personas a las que conozco, porque en Cabo Verde hay también muchos perros vagabundos, y por lo general son amarillos, exactamente como aquí en la Reboleira, y entonces me pongo a pensar qué es lo que une a este país con Cabo Verde y acabo por creer que son los perros vagabundos, los perros amarillos, por lo demás a mí ya no me queda nadie en Cabo Verde, toda mi familia ha muerto, tengo un primo que es funcionario estatal, pero no quiere saber nada de una persona como yo, que ha sido carcelero en una prisión política durante el fascismo, no me habla, menudo gilipollas, no puede ni imaginarse lo que yo he hecho por la democracia de este país, y también por el suyo, cuántas veces he puesto en peligro mi vida, ese cretino no entiende nada, no es más que un funcionario. ¿Y es que usted no ha sido acaso un funcionario durante toda su vida?, le rebatí yo. Sí, murmuró él, pero ¿cómo?, sabe, señor mío, a veces los prisioneros llegaban completamente magullados porque los había pillado la PIDE, y ésos no se andaban con tonterías, después de pasar por la enfermería los metían en las celdas con el rostro violáceo y los pulmones hinchados a causa de los porrazos, y entonces quien los curaba era yo, el Tío Tom, les preparaba café, les ponía hielo sobre los moratones, y ellos se encomendaban a mí, luego me daban cartas para sus familiares que yo echaba en la central de correos, en definitiva, cosas así, los ayudaba, hacía todo lo posible, porque sabía por lo que estaban pasando mis hermanos en Cabo Verde, que querían ser libres, sufrían exactamente las mismas cosas, y una bonita noche llegó la señorita Isabel. "



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